domingo, 4 de febrero de 2024

EL NÚMERO VOLUBLE DE AVEMARÍAS

Dado que los siete de octubre conmemora el día de la Virgen del Rosario, la Iglesia católica estimó oportuno considerar 'del rosario' al mes completo y, por ello, nomás el otoñal octubre se presenta, prolifera –o proliferaba– el rezo de esta oración. Así, año tras año, la campana de la ermita de Rasueros convocaba a las parroquianas –a los parroquianos también, pero estos apenas se daban por aludidos– a un rezo comunitario. Quiso la casualidad que cuando andábamos por los finales de los setenta, a punto de concluir septiembre, Felipe Fernández, a la sazón obispo de Ávila, removiese a don Rufino a las cercanas parroquias de Mamblas y Bercial dejando vacante la plaza de párroco de mi pueblo.

Octubre acechaba, las campanas habrían de sonar y el rosario ser rezado, pero ¿quién se haría cargo de las llaves de la ermita, responsable del tañer de las campanas, vocero del propio rezo desde el altar?... Las habituales asistentes, reunidas en sanedrín, dispusieron que 'el mayor de 'el Chango', esto es, el menda que esto escribe, podría encargarse. Así me lo propusieron y así lo asumí. A fuerza de haberlo escuchado, bien recordaba que, tras el inicio con la señal de la Cruz, se informaba de cuál de los tres tipos de cinco misterios –gloriosos, gozosos o dolorosos, antes de que Juan Pablo II añadiese un cuarto luminoso– correspondían al día de la semana en cuestión, comenzaba la quíntuple secuencia de Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria, y se cerraba el rezo con el recitado de las letanías a las que la concurrencia respondía 'ruega por nosotros'.

La hora del repique de las campanas, como la de los cambios que realiza Pezzolano, persistía inmutable: a las siete, a las siete; en el minuto sesenta, en el minuto sesenta. Lo demás, voluble. Si el sol lucía, mis amigos jugaban al fútbol en la era. El tiempo apremiaba, las diez Avemarías bien podían menguar a siete u olvidar la mitad de las letanías. Volátil. Si en el partido anterior había lucido Moro jugando por la derecha, bien pudo Pezzolano en Leganés disponer que el joven extremo ocupase la banda opuesta. Inconstante. Si el ruido del tejado indicaba que caían chuzos de punta, mis compinches, obligados por la amenazante zapatilla, se resguardaban en sus casas. Mal plan. Sin prisas, las diez Avemarías se dilataban hasta que el repiqueteo de los nudillos de las mujeres aconsejara detenerse o alguna de ellas entonase precipitada el Gloria justo antes de que yo diese inicio al decimoséptimo Avemaría, o podía repetir letanías hasta el hastío. Tornadizo. Donde Juric o De la Hoz conformaban un dilema, una doble solución para un único problema, o uno u otro, ahora Pezzolano pretende encontrar compatibilidad, descubrir los beneficios de una súbita simbiosis, el uno y el otro. A resultas, Monchu, quizá el único jugador adherente entre el centro del campo y el ataque, se convierte en víctima colateral. La delantera se desabastece. El rosario no llega al cielo, la amenaza se desvanece.

A mí me dispensaban, al final era un niño y no presuponían –erraban– la picardía. A Pezzolano no le atribuyo malicia, faltaría, pero cuento y no me salen diez Avemarías.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 04-02-2024

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