Algunos tractores sustituyeron la tierra por el asfalto. Piden explicaciones. La voz que llega, conserjes disfrazados de políticos, se excusa como el conductor de ‘Las uvas de la ira’: “No soy yo. Yo no puedo hacer nada. Pierdo el empleo si no sigo órdenes”. Brazos en jarra, gritos, ruido, pero brazos en jarra: “A este paso me muero antes de poder matar al que me está matando a mí de hambre”. Las quejas, las mismas de antaño.
La ira, la rabia, la indignación destellan. La calentura se
ahorma, adrede o no, a quien le interesa el ruido sin nueces. Puede, quizá sea
la intención de ‘álguienes’, que la algarada ejerza de vacuna, que cierre
posibilidades: se exponen reivindicaciones legítimas, justas, que rozan el
nervio del sentir social y, en paralelo, se desautoriza, se deslegitima, se
desprecia y se desaira la estructura, la organización, los interlocutores que
trasladen. Y a casa de nuevo.
El campo, maldigo las sinécdoques, no es ‘el campo’ sino la
suma de todas sus aristas, también la que alinea a los trabajadores que, en vez
de tractor, solo poseen el lomo que doblan. Los grandes propietarios ganan más; los pequeños, menos o nada. Por eso, aquello de ‘el campo’, ¿qué es el campo?,
o nuestros productos, ¿qué significa ‘nuestros’?, me provoca un hálito frío.
Vuelta al principio, detrás se esconde el intento de apropiación de la tierra. A lo
grande.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 13-02-2024
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