Tanscurría la primera mitad porque el tiempo inexorablemente transcurre. Sin más motivo. Alguno a mi vera, cada diez minutos, recordaba la triste pérdida de esos últimos diez minutos discurridos, acumulados y desaguados en la mar, que es el morir donde van a dar nuestras vidas. Y mientras, con el fluir, se nos disipaban las expectativas de que el proceso, el partido, se cerrase con el bien requerido. A todos, menos a Paulo Pezzolano. Les refería la jornada anterior que él, con la fe de un místico, «prefiere atender las oquedades vacías de Paulo Coelho, desear mucho algo con la convicción de que el universo conspirará en su favor», con la certidumbre de un augur, «en medio de la nada se limita a esperar una coyuntura, auspiciado por la suerte o la calidad, que le favorezca». Ha vuelto a ocurrir y prefiero pensar en otras causas. Si no, habría de tomarme en serio a Coelho, y eso sí que no. Más que por una conjura del cosmos o algún designio divino, el Pucela se impone por idéntico motivo, bien que en sentido opuesto, al esgrimido por el doliente autor del romance que relata su derrota y la de sus correligionarios tras el embate árabe allá por el medioevo peninsular: 'Llegaron los sarracenos/ y nos molieron a palos,/ que Dios protege a los malos/ cuando son más que los buenos'. Ser más como cotidiana alusión figurada al hecho de disponer de un mejor inventario de jugadores. Ser más, en el sentido literal, ante un Amorebieta que por un vericueto –o interpretación– absurdo del reglamento perdió un futbolista apenas antes del descanso. Una expulsión convertida en esa coyuntura anhelada, ¿visualizada?, por Pezzolano que transforma la nada en tres puntos. Y así, nada tras nada, hasta el ascenso final. Cuesta entender a Pezzolano, relacionar su verbo con el juego expuesto. Alcanzar a discernir sus designios requiere una exégesis. O costaba. Ahora que admite sus mentiras sobre el estado de los jugadores, cuadra que proponga un juego de mentira, de despiste, de espera, de cerrar los puños apretujando el ferviente deseo de una confabulación planetaria y tal. Mi cabeza vuela al partido ante el Getafe. Entonces, ni coyunturas favorables, ni universos conspirando, ni Coelhos alardeando de la veracidad de sus frases altisonantes. Vuelvo. Cuesta entender a Pezzolano. A pesar de admitir sus mentiras, el esfuerzo por entenderle resulta fatigoso. ¡Ojo!, no es la falsedad reconocida lo que le me desubica –asiento el esconder la verdad en el juego como la ensalzo si se utiliza para salvarse de un peligro o para mantener a salvo la intimidad propia o la de la persona con la que se compartió el encuentro íntimo velado–, sino el propio hecho de mi desubicación.
Tendré que contactar con algún exégeta experto en el uruguayo para penetrar en su mente, interpretar sus propuestas, discernir entre el grano nutriente y la hueca paja, comprender la correlación entre el juego y los resultados. Así me hallaré en disposición de explicar en mi pueblo, o donde sea que sea, fuera de Valladolid, que el ascenso aún es posible.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 21-04-2024
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