Cada vez me cuesta más. No tanto en la escritura. Escribir, al fin, lo hago solo, por lo que -dado que pretendo respetarme/respetarles y procuro, aunque supongo que no siempre lo consiga, aislar proceso y resultado de los virus del interés o la tendenciosidad- aún me pertenece. Sin embargo, en las conversaciones que tratan de algún asunto de relevancia social me topo con posturas herméticas, dictámenes sin pulir, sentencias que cobijan verdades parciales, verdades arrojadizas, mentiras, juicios sumarísimos al que contrapone una opinión desemejante.
Conversaciones que se extienden de la calle a las redes
sociales, o viceversa, que no sé si el huevo o la gallina, y terminan
conformando un modelo de sociedad. Escucho y leo con frecuencia que en los
últimos años nos gobiernan los peores políticos, cabe suponer que de este ciclo
temporal que arrancó en vísperas del 78, y sonrío. Por una parte, dudo que
puedan tanto como pretendemos creer; por otra, me temo que su música se compone
a partir del eco que resuena de una sociedad. Las estructuras de elección, los
apoyos que sustentan su pervivencia, la realidad comunicativa -¡ay, si Alfonso
Guerra hubiera dispuesto de Twitter!-, generan un perfil de político, un patrón
de conducta, un paradigma de discurso, que, perfilado por hordas de asesores,
componen un sistema que, pese a la aparente desafección, responde a los
resortes de escalada asentados en nuestra sociedad y atina en esa diana que
somos nosotros.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 09-04-2024
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