El deambular del Pucela en el último quinquenio alterna las películas románticas que se desarrollan en las sucesivas travesías por la Segunda División con cualquiera de las del neorrealismo o de la filmografía de Ken Loach que condenan a los protagonistas a una caída a los infiernos. El culmen previsible de las últimas andanzas pucelanas en la segunda categoría le condujo al final feliz del ascenso. Los enrevesados trances intermedios, las lacerantes rupturas (nunca) definitivas, las terceras personas que interfieren o se inmiscuyen en la lid amorosa... se desvanecieron, recondujeron o desaparecieron, no fueron más que excusas, artimañas de distracción. En los trasiegos por Primera, la vida golpeó hasta derribar y devolver de nuevo al Pucela a la irrealidad. La última vez, tras la infausta escena final ante el Getafe: aquel día en que cuando se supo y se pudo, no se quiso –porque pudiera ser que valiese el empate–; y que, cuando se quiso, ni se supo ni se pudo. Quizá porque el Espanyol, protagonista pasivo en aquella ocasión, se interpusiese ahora entre la realidad y el deseo, a lo largo del partido han revivido en mi cabeza todos los fantasmas de aquel descenso indecente: a ver si por miedo o por conformidad, el Pucela va a dar por bueno un empate, a ver si un giro perverso del guion impide, una vez superadas las dificultades que lo aplazaban, el beso eterno y arrastra a un triste e impropio final.
En la primera mitad –¿cómo argüir el atractivo de este deporte mostrando estos desabridos cuarenta y cinco minutos?–, el miedo impuso defender la viña, guarecerse esperando la escampada. En la continuación, el miedo atenazó el riesgo: se dominó sin convicción, más pendientes de no romperse que de rasgar. Ítem más tras la expulsión al rival, miedo apenas enmascarado. Miedo sobre miedo, recurso que no cuadra en una película romántica, que puede cancelar el beso definitivo.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 12-05-2024
No hay comentarios:
Publicar un comentario