Foto: Óscar Chamorro |
El paso del tiempo cala progresivamente, nos moja como la lluvia menuda, muy poco a poco: parece que no, apenas se percibe, pero en el tránsito acabamos empapados. Calabobos, lo llamamos con cierta sorna condescendiente, autocompasiva. Los días, uno detrás de otro, discurren análogos; de repente, una vez arrancado un puñado de hojas del calendario, miras hacia atrás y te sientes empapado hasta los huesos. Nada que ver el mundo ese que atrás quedó con el que ahora pisamos. Dejamos anotada la fecha de determinadas efemérides pensando que se produjeron un día así, sin más preámbulo. Leí, no sé dónde, no sé a quién, que ‘cuando la Revolución Francesa se hizo, la Revolución Francesa ya se había hecho’. Apuntamos 1789, pero no fue sino la fecha de la rúbrica, el inexorable resultado de cientos de procesos previos -por acción de unos, por dejación de otros- lo que produjo el fin del Antiguo Régimen.
El año venidero se amoldará a las expectativas en función de las expectativas, con relación a los sucesos inesperables, esos que de repente irrumpen virulentamente para recordarnos que las certezas cargan con un componente efímero.
Toca empezar, toca seguir. Y hacer caso a Ariane Ascaride en la película de Robert Guédiguian ‘Que la fiesta continúe’: “decirse sin cesar que nada ha acabado, que todo empieza”. Siempre, cada día. Salud.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 31-12-2024
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