La
intrahistoria de un periódico es así de paradójica. Al quiosco llega una
marabunta de letras, retazos de realidad forjados a martillazos en distintos
yunques. Forman un todo pero no todo es lo mismo. La vecindad de las frases
nauseadas al calor de la sangre por los Julio Fuentes de turno con las mías,
estiladas al calor del brasero, es en sí una broma macabra. Sirva de homenaje a
unos profesionales a quienes estimar compañeros me dibujaría una mueca de
sonrojo.
Julio Fuentes,
Maria Grazia Cutuli, Harry Burton y Azizula Haidari, fueron abatidos hace tres
años en Afganistán en el extremo contexto de una guerra, bajo las leyes de la
guerra, bajo los instintos que manan de la guerra, bajo el manto de impunidad
de la guerra. Murieron como miles en una guerra. En Afganistán grabaron la data
definitiva de su epitafio.
Uno de los
pistoleros, Abdul Bajtari, ha sido sentenciado con la muerte por el Tribunal de
Seguridad Nacional afgano.
Afganistán queda
lejos en lo geográfico pero más en nuestras olvidadizas memorias: ya no es
portada habitual por la vorágine suicida de los humanos. A cada afrenta a la
razón le sucede otra y otra con idéntica danza obituaria.
Frente a la muerte
un grano de vida. Una apuesta vital, una necesidad, una súplica. Evitemos la
ejecución de Abdul Bajtari.
Ignoro el poder de esta cabecera pero alguno
tendrá y no puede desaprovecharlo. La intrínseca maldad de la pena de muerte ha
sido editorializada muchas veces, ahora las palabras tienen que mutarse en
hechos.
En el océano de
sangre vertida sería nomás una gota menos pero sólo el intento barnizaría de
dignidad la mugre del mapamundi. Nadie podrá ya resucitar a los cuatro
periodistas; el recuerdo es parte de nuestras vidas, no de las suyas.
El instinto enreda
justicia y venganza, uno de los ejes civilizadores consuma la separación y
arbitra las condenas sentenciadas por jueces imparciales teóricamente al margen
de estímulos primarios. El atavismo ajusticiador debe ser derrumbado y la
cercanía de Julio debe impulsarlo.
Contra la pena de
muerte no valen argumentos bienintencionados basados en el posible error,
contra la pena de muerte está la repulsa por la muerte al precio del verdugo,
el ansia en que no llegue antes de la insoslayable correspondencia
biológica.
En el supermercado se ofertan palabras
cebadas artificialmente como los chotos con clembuterol, pero la palabra “vida”
no puede sonar a hueco. Adelante con ese gesto con valor en sí ante la barbarie
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