Cuentan que hace mucho, antes incluso de que
mi madre aprendiese a rezar el rosario, el emperador Calígula invistió a su caballo Incitatus con el ropaje de cónsul.
El martes, mientras mi madre seguía manoseando las cincuenta cuentas, los
americanos eligieron a su caballo como emperador. Cuatro años más de relinchos
y alguna que otra coz sufriremos los que no teníamos capacidad de elegir. En
tanto, mientras aparentan soliviantados, los jerarcas eclesiásticos de la
Hispania sonríen para sus adentros al vislumbrar las sombras que se emanan
desde el centro del centro del imperio: los cimientos de una antirrevolución
apocalíptica.
Nadie puede negar el carácter planetario de
las elecciones presidenciales en los Estados Unidos, pero sorprende que la firma
del tratado de constitución europea nos haya pillado con los ojos virados hacia
el oeste. Un tratado que ha de ser ratificado por los veinticinco países
miembros y que, al menos en el nuestro, nadie sabe de su contenido. Y así va a
seguir siendo, porque ni gobierno ni oposición van a forzar más debates que los
que corresponden a elementos puramente tangenciales. El 20 de febrero nos
consultarán en referéndum y los escasos cien días por pasar hasta entonces se
difuminaran entre riñas estériles
carentes de contenido. Asimilarán Europa a la constitución que se presenta,
convendrán, PP y PSOE, que es la única posible y que rechazarla supone
esconderse bajo el telón de los Pirineos, dirán que si estamos o no por una
mayor cohesión continental. Embeleco. La consulta no plantea si queremos
Europa, sino qué Europa queremos. No inquiere sobre si deseamos constitución,
nos preguntarán si queremos la presentada. Para responder es imprescindible
conocerla y para ello hace falta tiempo. Pero ¿por qué se vota en febrero
cuando hay un margen de dos años? ¿por qué el gobierno, en vez de facilitar los
cauces para el debate, abandona la neutralidad institucional exigida? ¿Por qué
recitan como papanatas las bondades del proyecto sin abordar un análisis
público de su articulado?
Tiempo habrá para cuestionar el contenido
pero conviene airear que lo hay y
marcará el futuro de la unión. Un futuro parco en derechos sociales una vez
cercenados parte de los disfrutados hasta ahora, el futuro escrito por unos
políticos que no confían en sus pueblos y cierran una Europa a medio hacer.
Virarán sus torvas cabezas hacia el oeste suplicando gracia a Incitatus.
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