Foto "El Norte" |
Incertidumbre, emoción, tensión, idas y venidas, propuesta
de marcar frente al riesgo de encajar… noventa eternos minutos, noventa minutos
fugaces, en los que el estado de ánimo oscila armónicamente acompasado al
movimiento de ese objeto -mimado por virtuosos, pateado por estibadores-
llamado balón. Nos estiramos y rugimos cuando la pelotita se aproxima a la
portería rival, nos encojemos y resoplamos cuando olemos el peligro en la
nuestra. Hasta que llega el gol, el instante sublime, y el juego se detiene. Mientras,
se signa una raya imperecedera en el marcador y los festejos -o lamentos, en simétrica
correspondencia- brotan instantáneos, como un acto reflejo colectivo. Así era
hasta hace nada. La llegada del VAR ha trastocado esta dinámica prolongando el
estado de incertidumbre. De repente, el gol o su preámbulo el penalti se han
convertido en un movimiento de dos tiempos: el primero, cuando ocurre; el
segundo, cuando se certifica. Dos tiempos en los que conviven cuatro
potenciales efectos.
El mejor de los casos, claro, cara y cara. Gol de Guardiola.
La fuerza de la emoción no frena la celebración aunque sepamos que aún no es;
el alivio de la confirmación nos impulsa a un nuevo festejo.
Casi tan bueno como el mejor. Cruz y cara. Penalti de Djene.
El impulso arrastra a seguir pendientes del juego, el corazón late por la
cercanía del arco rival pero en la mano no hay piel ni oso. El árbitro detiene
el juego y consulta. Anda, mira que, a ver si sí y tal. Lo señala. Explosión
con retardo. Explosión al fin y al cabo.
Lo dábamos por descontado. Cruz y cruz. Gol de Arambarri,
penalti de Plano. No puede ser, la frustración nos invade en el preciso
instante. De repente se activa un resorte, y si… Esperamos que, como en aquel
mítico programa de Paco Costas, haya una segunda oportunidad. La hay, claro,
pero es idéntica a la primera. No
aparece nada que desdiga la primera mala noticia.
Tierra, trágame. Cara y cruz. Gol/no gol de Waldo-Gualdo. El
intelecto nos advierte de que a lo mejor no; la reacción, sin embargo, es
visceral, se adelanta a los entresijos de la razón y festeja. El llanto y el
crujir de dientes vienen después. De repente, lo que hemos festejado no ha
existido. Es en estas cuando uno se desfoga, sea alcalde, obispo o plebeyo,
blasfemando a viva voz o lanzando las rabias al mundo en ese lodazal de las
redes sociales. Es un espacio proclive al victimismo, territorio para el #siemprenosrobananosotros o
#hastalosgüevosdelvar. Para nuestra desgracia, el pacense se equivocó por doble
precipitación. Duele decirlo porque sus minutos fueron de chapeau, pero en esa
jugada le traicionó la mezcla de ganas e inexperiencia. Por exceso de
inexperiencia corrió en recto sin darse cuenta de que Nacho es zurdo cerrado.
Lo suyo es que le hubiera doblado y haber aparecido por la derecha de su
compañero. Por exceso de ganas se adelantó en esa maldita décima en que Nacho,
insisto, zurdo cerrado, tuvo que arquear la pierna para pasarle el balón. La
celebración se vino abajo. Minutos después, cuando esta situación podía quedar
en anécdota, lo que se vino abajo fue todo. Por suerte, no de forma definitiva.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 15-04-2019
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