La noticia pasará
de puntillas, parecerá una de tantas, se liquidará en un breve y, media hora
más tarde, nadie recordará haberla leído. Juan López-Dóriga, el director de la Agencia Española de
Cooperación Internacional, deja el cargo.
Pero tras lo anodino de la información, se esconde una realidad
insobornable: si en todas las partidas con algo de contenido social ha habido
una tijera encargada de recortar la silueta hasta dejarlas en los huesos, en la
materia de la que hablamos directamente se ha arrancado la hoja y de ella solo
queda el poco papel que se enreda en el muelle de los cuadernos. La destitución,
la dimisión o lo que haya sido esto, no es, por tanto, un cambio sin más, sino
la consecuencia del sibilino vaciado de un área escondiendo esta miseria moral
en el maremágnum de recortes.
No, no voy a caer en su trampa de utilizar el sistema métrico decimal para comparar necesidades, ni a enfrentar los derechos de unos ante los de otros. No, no lo voy a hacer porque las crueles reducciones de las partidas, de unas y de otras, son la misma cara de una sola moneda trucada que lanzan al aire sabiendo de qué lado va a caer. No voy, tampoco, a incidir en que de esa cooperación pueda depender la vida de varios centenares de miles de personas, me conformo con recordar lo que en este camino nosotros vamos a perder: Ilusión y optimismo, dos sustancias etéreas que son la base del desarrollo de cualquier sociedad y que nuestra enferma Europa necesita a raudales. La cooperación es siempre un camino de ida y vuelta y, en este proceso, hemos recibido tanto aprendizaje que no se podría pagar con todas las partidas del mundo. El mapa de las necesidades no es el de un país, no es un ente concreto, son miles de realidades diversas que luchan por abrirse paso en un mundo hostil, muchos, a contracorriente, lo han conseguido. Son ejemplos del poder de la sociedad civil organizada.
No, no es que no
haya dinero. Cierran la mano porque saben que la cooperación brinda
experiencias que pueden romper nuestra tristeza, atenuar nuestros miedos y
dirigir el dedo en la dirección correcta, la de mandarlos a la mierda.
Solo un cínico
puede asumir un cargo cuyo nombre es lo contrario de lo que quiere hacer.
Veremos cómo se llama.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 13-06-2013
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