Al final no sé si
las procesiones de Semana Santa son un hecho cultural con reminiscencias
religiosas o una serie de actos religiosos que se manifiestan a través de la
cultura. Supongo que serán las dos cosas a la vez y, según para quién, tendrá
más preponderancia un aspecto o el otro. Lo cierto es que, como en todo espacio
en el que las personas se relacionan, se producen situaciones humanas
perfectamente extrapolables a cualquier otra faceta de la vida. Año tras año,
cuando llega esta semana móvil, recuerdo una escena que se produjo hace casi
veinte años en León en medio de la procesión del Viernes Santo. La escena
consiguió sustituir el silencio propio del momento por las carcajadas de todos
los que por allí andábamos.
La procesión debía de ser larguísima, tanto que algunos costaleros hacían un alto a media mañana para almorzar y no pocos elegían embutido. Verles allí, un día que la Iglesia marca como de ayuno y abstinencia, comiendo bocadillos de chorizo me llamó la atención, pero no es el caso. En un momento dado, en medio de una de esas callejuelas de los barrios viejos, uno de los pasos tenía que girar hacia la derecha. A la altura a la que iba, la maniobra era imposible y había que tomar una decisión. Los costaleros se detienen justo en el instante previo al giro y dos voces suenan exactamente a la vez. La una ordena ¡arriba! la otra manda ¡abajo! Unos obedecieron al primero, los otros al segundo. Total, la alzada fue llevada a cabo por la mitad de ellos, mientras los otros hicieron una agachadilla en el vacío. En ese instante surge una tercera voz desde debajo del paso que lanza al aire una blasfemia que corona diciendo: ‘Mucho ingeniero es lo que hay en esta cofradía’. La calle se llenó de risas. Yo seguí caminando con la musiquilla en el oído. Mucho ingeniero hay en esta cofradía. Podría ser la exigencia de una mayor jerarquía o el deseo de que las decisiones sean solo cosa de uno, pero para mí fue una crítica, la mejor, a toda esa gente que sin levantar un palo se revisten de autoridad y están más pendientes de que su voz se oiga que de avanzar. Ingenieros que sobran.
La procesión debía de ser larguísima, tanto que algunos costaleros hacían un alto a media mañana para almorzar y no pocos elegían embutido. Verles allí, un día que la Iglesia marca como de ayuno y abstinencia, comiendo bocadillos de chorizo me llamó la atención, pero no es el caso. En un momento dado, en medio de una de esas callejuelas de los barrios viejos, uno de los pasos tenía que girar hacia la derecha. A la altura a la que iba, la maniobra era imposible y había que tomar una decisión. Los costaleros se detienen justo en el instante previo al giro y dos voces suenan exactamente a la vez. La una ordena ¡arriba! la otra manda ¡abajo! Unos obedecieron al primero, los otros al segundo. Total, la alzada fue llevada a cabo por la mitad de ellos, mientras los otros hicieron una agachadilla en el vacío. En ese instante surge una tercera voz desde debajo del paso que lanza al aire una blasfemia que corona diciendo: ‘Mucho ingeniero es lo que hay en esta cofradía’. La calle se llenó de risas. Yo seguí caminando con la musiquilla en el oído. Mucho ingeniero hay en esta cofradía. Podría ser la exigencia de una mayor jerarquía o el deseo de que las decisiones sean solo cosa de uno, pero para mí fue una crítica, la mejor, a toda esa gente que sin levantar un palo se revisten de autoridad y están más pendientes de que su voz se oiga que de avanzar. Ingenieros que sobran.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 17-04-2014
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