Hace 83 años un runrún de libertad atizaba
el aire de la primavera, una mueca cómplice de alegría se dibujaba en la mirada
de mujeres y hombres que oteaban futuro tras un pasado de penurias, de sombras,
de tiranías, de caciques y curas trabucaires. A la vez, pero no entre ellos,
las gentes de orden, los apellidos de siempre, sentían en sus cogotes el miedo
a perder los privilegios propios que no son otra cosa que derechos ajenos
usurpados.
Quiero recordar, pero no para rememorar a
secas, sino como ejercicio de vinculación con los valores republicanos. Los mismos que ayer
cuajaron y que más temprano que tarde han de volver como hecho porque nuestros
corazones los ansían y nuestras manos siguen disponibles.
Decía que era 14 de abril, era primavera,
era día de fiesta. Las urnas, que estaban preñadas desde dos días antes, habrían de
parir una niña de nombre República. Una niña que nacería en cada calle y plaza
de nuestras ciudades ante el júbilo de cuantos tuvieron que ver en su
gestación. Multitudes en abstracto que abarcaban los anhelos concretos de cada
uno de los que allí ondeaban su entusiasmo. Formaban una masa pero ya eran cada
uno, eran libres sintiéndose iguales. En
sus puños en alto disimulaban la rabia de unas vidas agraviadas, la fuerza de
una razón que les impelía a construir sobre los cimientos desangrados de una
España miserable el edificio de una república de los trabajadores. Ninguna
imagen evoca con mayor nitidez el ansia bella de esa hermosa niña.
El trabajo postergado era ingente pero no
superior al entusiasmo de quienes vislumbraban sus años pendientes en una
sociedad laica, de hombres y mujeres iguales. Reformas agrarias, industriales,
culturales, educativas, sociales. Todo por hacer porque República, más allá de
elegir, es participar, hincar las manos
en el barro, salir a la calle a cuerpo.
Mientras tanto Alfonso de Borbón hacía las
maletas.
Pero como 37 años después en Chile, o más
tarde en Nicaragua y en tantos otros sitios ayer y aún hoy, las suaves manos
ferrosas de los que nunca trabajaron la tierra, los corazones pétreos de los
que se creen únicos depositarios del poder, esos que se autodenominan gentes de
bien, secuestraron el sueño de justicia e igualdad que hace guarida en nuestras
vidas.
Esa niña, nacida un 14 de
abril, fue vilmente torturada, pretendieron asesinarla antes de que llegase a
la pubertad. Engendrada con pasión, nacida con dolor e ilusión a partes
iguales, predestinada a morir destripada por los brazos del fascismo
totalitario bajo el guante púrpura de la iglesia de los Segura y Gomá. Los
jinetes totalitarios creyeron que, con la niña extinta, moría el sueño de una
sociedad libre, pero los sueños están para crecer entre las plagas. La niña
representa, más allá de la forma más justa de gobierno, el anhelo de una
verdadera emancipación en el más amplio sentido del término. De súbditos a
ciudadanos, del papel de un reparto preasignado a actores. Y ese anhelo no
muere, es demasiado bonito para yacer bajo tierra. Los felones pensaron que la
mataban, pero ella se esconde, revive joven a sus 83, y espera volver. Lo
sabemos: España, mañana será republicana.
Es hora de rendir un homenaje a quienes
lucharon por traerla, a quienes combatieron por defenderla. Muchos aún yacen en
la intemperie almagre de una cuneta esperando reposo. Perdieron una batalla
pero, parafraseando a Walter Benjamín, la fuerza de rebelión tiene su asiento
en la memoria de los vencidos. Por ellos, por nosotros. Hay una niña esperando.
Salud y viva la República.
No hay comentarios:
Publicar un comentario