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La huelga -¿cierre patronal?- de los taxis encierra en sí
misma un conflicto que es ‘el conflicto’, una pelea entre dos formas
inmiscibles de leer el tiempo henchido de crisis en el que vivimos y, por
tanto, pensar, comprender, comportarse y hasta diría que defenderlo. El mundo
que se avecina presenta, es su costumbre, una enmienda a la época que empieza a
convertirse en pasado. A veces la enmienda es a la totalidad -de los
omnipresentes videoclubes de los ochenta nunca más se supo, los cajeros
automáticos diezmaron las plantillas en las oficinas bancarias…; en otras
ocasiones, las nuevas tecnologías permiten el reciclaje, la readaptación.
Al taxi le ha salido un grano, las licencias VTC, que supura
en el territorio que más le duele y ha desenterrado su hacha de guerra.
Argumentos de los unos frente a contraargumentos de los otros. Ya digo,
inmiscibles: lo que uno es se manifiesta incompatible con la esencia del otro. El
taxi es reflejo de un mundo del pasado, hijo del ayuntamiento entre una
estructura conservadora con un capital local, habitante de una sociedad
homogénea que se movía con sus tiempos y sus ritmos prefijados. Por el
contrario, las VTC se muestran con aire joven, con la arrogancia de los
protagonistas de un anuncio de colonia, más que nada porque juegan con cuatro
ases, porque desde los luditas de hace dos siglos somos conscientes de que no
hay batalla que se resista al avance tecnológico.
Un avance, y ahí radica el otro quid de la cuestión, que
discute, no solo el coche sino la estructura y el poder en ella. Las VTC se
valen de un lenguaje que suena bien para mostrar lo contrario a lo que son.
Hablan, por ejemplo, de liberalizar -liberalizar, de libre- el sector cuando en
realidad pretenden concentrarlo: taxis hay miles, dueños de licencias VTC unas
pocas decenas.
Este conflicto, decía, es ‘el conflicto’ porque es global en
su contenido y en su lógica de disputa; sea el caso, no se diferencia en mucho
del pulso que mantienen en Francia los ‘Chalecos amarillos’ con el presidente
Macron. Una guerra entre quienes defienden un pasado ideal que nunca existió
frente a la imposición de un futuro que, por más que vistan de seda, no es lo
que era.
Mientras estas dos
concepciones, la conservadora y la neoliberal, dirimen sus cuitas, la izquierda
se quiere montar en taxi para acercarse a su destino. Justo el día en que los
taxis están en huelga.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 24-01-2019
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