Supongo, con certeza no lo sé, que en algún capítulo de Barrio Sésamo, Coco, el superhéroe particular de nuestra generación, desentrañaría la desemejanza entre 'antes' y 'después' a la manera en que nos explicó, esto sí a buen seguro, las diferencias entre 'arriba' y 'abajo' o 'cerca' y 'lejos'. Teniendo claro que lo que sucede antes acontece antes de lo que sobreviene después y viceversa, queda pendiente establecer si tales aconteceres se suceden, como tierra que se moja tras la lluvia, inexorablemente yuxtapuestos por algún tipo de relación o sin más coinciden como dos vecinos en la puerta del ascensor. Hablamos de 'causalidad', en el primer caso; en el segundo, cuando la consecutividad no implica relación, de 'casualidad'. El problema se presenta cuando, ante hechos contiguos, no encontramos manera de asegurar el estante relacional en que debemos colocarlos. Fundamentalmente ante sucesos que no se pueden repetir: no hay manera de encontrar pautas, de atestiguar fehacientemente la existencia de estas.
Probemos. Resulta obvio, desde antes incluso de comenzar el partido de Santander, que la presencia en el campo de Moro y Kenedy le aporta al Pucela un fuste ofensivo, una calidad en el regate, una imprevisibilidad en el ataque, muy superior al que puede ofrecer cualquier otro jugador disponible de la plantilla. Colocaremos el 'que la remontada final se produjese con ambos protagonistas en el campo' en la balda de la causalidad.
La actuación de Arana rozaba lo sobresaliente, no solo, pero también, por los dos goles anotados. Su retirada del juego justo tras anotar el segundo, casi pareció un castigo por haberlo hecho, se puede catalogar –de no mediar impedimento físico– como una torpeza que, a cambio de nada, arrancó el colmillo racinguista. En Santander sabrán colocar, lo han visto más veces, el 'que les voltearan el marcador con Arana en el banquillo' en una u otra repisa.
'Que el Pucela volviera a marcar el gol del triunfo en el descuento' iría a la ménsula de la casualidad de no mediar ese 'volviera' exponente de que este hecho sí se repite y permite extraer una pauta: no ceja en el empeño, se rebela al marcador adverso mientras haya vida. Lo cambiamos al vasar causalidad. Al mismo que 'el equipo sin Anuar pierde solidez', por más que sorprenda tal circunstancia en un jugador del que, valorando sus virtudes, solo se apunta el pundonor. O 'David Torres se va consolidando', por lo que no sirve perder la paciencia ante alguna actuación floja de un chaval que, como cualquier canterano, necesita partidos para asentarse. Las pifias de Boyomo son consustanciales a su forma de entender el juego. La causa efecto habitual cuando alguien yerra consiste en apocarse para no repetir el error. Menos él. Una vez le libró Torres. En vez de resoplar aliviado y arrepentido, sonríe e insiste. A la siguiente no hubo remisión. Gol.
Seguiremos colocando la alacena o –haciendo caso a los deterministas cuando afirman que una casualidad es una causalidad que aún desconocemos– buscando causas de efectos, efectos de causas.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 12-11-2023
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