Pocos, por el contrario, invierten dichos comportamientos, fuertes frente a los fuertes, débiles ante los débiles, hasta el punto de exprimirse una fuerza interior de la que aparentemente carecían para enfrentarse a quienes mandan, de ahormar dosis de suave ternura para entregársela a los que de apenas nada disponen.
El Pucela de esta temporada, sin portar ninguno de los denuestos apuntados, pertenece al bloque del primer párrafo: desde que adquirió la velocidad de crucero, se ha impuesto –pongamos que por ventaja en el balance de calidad de las plantillas– a los equipos modestos, cayó de bruces ante los equipos de la aristocracia de la categoría. Ante el Leganés, se presentaba la oportunidad de alzar la voz, mirar a los ojos sin apartar la mirada, ante un equipo que, sorprendentemente, tiranizaba la categoría. Tiranizaba lo que se puede sojuzgar a estas alturas de la temporada una competición larga, imprevisible, expuesta a vaivenes que desarman cualquier pronóstico. En mayo veremos. De momento, ante el sólido líder, el Pucela olvidó melindres y remilgos, gritó su juego, lo impuso con solvencia. Lo imponía, porque un despiste –un central rematando un córner en el punto de penalti sin sombra de rival alguna a menos de dos metros– anuló, nada más arrancar el segundo segmento del partido, la ventaja adquirida y pareció como si el orgullo dejara espacio al miedo. El Pucela no engalanó de nuevo la voz, no. Se amilanó, susurró tembloroso, debilitó su respuesta al poderoso.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 18-11-2023
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