lunes, 6 de noviembre de 2023

UN TRIUNFO "PARÁCLITO"

Mentiría si les dijese que las catequesis con don Rufino merecían la pena por cualquiera de los argumentos que impelen a un chaval a entender que el rato dedicado a algo le merece la pena. Ni a un chaval por el tiempo perdido ni al adulto en que se convirtió por el nulo valor de lo aprendido. Tediosas por fondo y forma, inoportunas por el día y la hora, desagradables por el gesto hosco, el tono áspero, la mirada desabrida del sacerdote... Íbamos porque había que ir si queríamos recibir propina. Íbamos porque había que ir si no queríamos recibir propina de la otra: varios azotes a sucesivas manos; que al pescozón, la bofetada o la palmada en el culo se podían apuntar el propio cura, tus padres o cualquier adulto que, por serlo, se sintiera con potestad para ello. Incluso yendo no era seguro evitar algún sopapo. Una de las escasas carcajadas que recuerdo languideció con el sonido de un sopapo de don Rufino en la cara de un mayor. Aquel percibió algún signo de desatención en el rostro risueño de este, de natural poco atento.

–¿Me quieres decir por qué te estás riendo –inquirió el sacerdote–?

–Por la gracia de Dios.

Dos segundos nos duró a todos la risotada. La secó de golpe, nunca mejor dicho.

Otro día, sin embargo, fue el propio cura la víctima de una risotada, insólita por ser él el protagonista. Tratando de recitar ciñéndose a la literalidad una respuesta del catecismo que obviamente no comprendía, el interpelado se refirió al Espíritu Santo como 'paralítico'.

–Paráclito, hombre, Paráclito –puntualizó el cura–.

A nosotros, la palabreja en cuestión nos trillaba la cabeza: la habíamos memorizado pero desconocíamos su significado. Aprovechamos la coyuntura para preguntárselo. Su explicación, que si el griego, que si el latín, que si el Evangelio de San Juan, dando la impresión de que también tiraba de memoria aunque fuera a más elevado nivel, no resolvió duda alguna. Ahí lo dejamos, tampoco era cuestión de admitir en alto que estábamos en las mismas. Por si acaso, no fuera a ser.

El partido fue horrendo, tanto que no encontraba un adjetivo sin sobar para definirlo

Durante algún tiempo, el adjetivo 'Paráclito' nos sirvió de comodín, lo utilizábamos sin ton ni son cuando no sabíamos qué decir –esto es demasiado 'Paráclito'– o para llamar la atención de algún compañero –eh, tú 'Paráclito'–. Nueve lustros después, aquellas catequesis y el calificativo atribuido al Espíritu Santo me han vuelto a la cabeza viendo el Valladolid-Tenerife. Un partido horrendo, tanto que no encontraba adjetivo al margen de los sobados para definirlo. Mi cabeza, dispersa de por sí, buceó hasta aquel tiempo: «un partido 'paráclito'». Me reí conmigo mismo como quien se cuenta un chiste que no se sabía.

Años después de la anécdota, leí al respecto y medio entendí que el significado hacía referencia a las cualidades del Espíritu Santo como consolador o alentador o intercesor. Lo que vino a ser el gol de Monchu, un gol paráclito que consoló por el hastío, alentó la esperanza e intercedió por el resultado final: un triunfo alcanzado por la gracia de Dios. Ayudada, eso sí, con algún mérito propio.


Publicado en "El Norte de Castilla" el 05-11-2023

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