De repente, no sé cómo, emergió la imagen agreste, montaraz, imponente, de Luis Zahera en la película de Sorogoyen 'As bestas' encarnando a un malencarado Xan Anta cuya mirada sentenciaba con visos de cumplir su funesta amenaza a un petulante Antoine Denis interpretado por Denis Ménochet.
No sé cómo, de repente, se superpuso por asociación el rostro de el Tío Ratero, el padre de 'el Nini', el niño protagonista de la delibesiana 'Las Ratas', ajusticiando al desocupado joven que por pura distracción esquilmaba las camadas de ratas. Supongo que mi cerebro quiso relacionar, metafóricamente, solo metafóricamente, a ambos con la propuesta getafense. Tanto Xan como el Tío Ratero pelean denodadamente por defender un territorio que, suyo o no, procura su supervivencia, que consuetudinariamente les corresponde. La presencia de unos advenedizos -amparados en una pretendida preeminencia, bien ética, bien sociocultural; ignorantes de las normas y los peligros del para ellos inhóspito terreno que pisaban- proyectaba una tesitura de desamparo para Xan y el ratero. El instinto alertó a ambos del riesgo y les impuso la solución más primaria. 'Los instintos', repetí, y la metáfora se dio de bruces contra el suelo. Nada más alejado que el instinto del juego de un Getafe que mide al milímetro cada acción, que ensaya hasta el límite lo que pretende mostrar como improvisado.
La propuesta 'bordalasiana' camina –como la rutina de un ciudadano que para su obrar estudiase cada día el Código Penal y así, sabiéndose impune, afanar por un euro menos de la cuantía que marca el límite del delito– por la orilla del reglamento: rozando pero sin sobrepasarla, bordeando el precipicio sin precipitarse en lo irreparable. A partir de ahí, balones a la olla y esperar que la estadística –alguna, siquiera por azar, terminará entrando- les haga un favor.
El Pucela, este pobre Pucela, no encontró argumentos para enfrentarlo pese a que el Getafe, esta temporada, solo había logrado un triunfo. Si atendemos a lo emocional, a lo que transmite, apenas nada. Balbucea sin plan, se atrinchera sirviendo de parapeto de sí mismo rogando a alguna deidad que la estadística –que ninguna, siquiera por azar, termine entrando– se ponga de su lado y ya, si no es mucho pedir, logre el imposible de regatear a todos los rivales, llegar a la línea de fondo, poner el balón en condiciones y rematarlo él mismo hasta el fondo de la red.
Encima, lo que antes era un consuelo, esperar al año nuevo para reforzarse, se torna en las miradas amenazantes de Zahera o el Ratero: lo que haya de venir empeorará a lo que podría irse, sea Moro, sea Amallah. Triste digestión de la arena. Triste temporada pucelana abocada a la esquela.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 24-11-2024
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