De nuevo esta
ventana se ve atravesada por el hachazo invisible y homicida; otro de los
imprescindibles referidos por Bertold Brecht, Chuchi Pereda, yace en las
profundidades de la nada, resuena en el paraíso de la memoria, en el aire de
Valladolid, en las recias aguas del Cantábrico. En su epitafio podremos leer
palabras de lucha desde la clandestinidad hasta ayer mismo, versos de dignidad
en la vida y ante la muerte. Porque la muerte siempre llega, podemos triunfar
en mil batallas pero al final perderemos la guerra; sólo siendo consciente de
eso, sobreponiéndose a la angustia del límite cercano, se puede soñar con la
amanecida del día siguiente. Su muerte deja un rastro de dolor y un aliento
como referente. Dolor para quienes paladearon su presencia, tanto más cuanto
más cotidiana. Referente para la izquierda que camina, como en un bolero,
perdida, sin rumbo y sola; una izquierda que debe transformar desde lo que
existe, tan flexible para adaptarse como inflexible con sus principios.
Llegó el invierno
definitivo a la guarida de Chuchi. Su último recorrido lo hizo acarreado por el
enorme cuerpo de su hermano; el mismo que, mañana mismo hace tres años, condujo
a mi hijo en su primer viaje a mis brazos. Principio y fin. La muerte como
corolario de la vida.
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