CUMBRES EN EL SUBSUELO
Un español mesetario esconde una pelota, intentan
arrebatársela un holandés errante y un francés negro zaino, un italiano
equivocado desplaza el balón, éste termina en los pies de un argelino crecido
en un arrabal marsellés que marca un gol a un argentino despistado. No sé si
eso es interculturalidad, multiculturalidad, globalización o una ruina táctica
“armonizada” por un nasón catalán y un aquiescente castellano. Ese instante
define con precisión quirúrgica al espectáculo surrealista previamente
presentado como cumbre futbolística europea (quizá porqué pretenden repartir el
pastel entre dos o por el desprecio implícito que supone para los demás
equipos, para los demás partidos o porque creen que son dueños del futuro y los
que protestan nunca les serán alternativa) y que más bien fue un duelo
decimonónico en el que dos viejos aristócratas, tras noventa minutos de
ficticia pelea, asumen que el laurel ya no les pertenece, que sus floretes,
lejos de pretéritos brillos, rezuman oxido y que el único daño que pueden
infligir al enemigo es un esguince de tobillo si éste se tropieza. Son dos
murciélagos que vuelan ciegos en un viaje a la nada. Uno está muerto, el otro
agoniza. Carne para los leones. Tras los muros de hormigón que impusieron se
oyen voces, unas gritan Betis, otras Valencia, otras Depor. Los dinosaurios las
desprecian por no alzarse unísonas, no comprenden que todas nacen del mismo
sueño: aquí jugamos todos o no juega ni dios.
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