miércoles, 25 de agosto de 2010

DE SOCIOS A CLIENTES

Hace algunos años, viniendo de Madrid,  coincidí en un tren con una mujer algo mayor que yo. Ella llevaba buen tute, venía de Huelva, y tras tantas horas de viaje tenía ganas de hablar. Yo –para variar- no tenía menos, así que nos dispusimos a darle a la sinhueso. Me contó que viajaba a Bilbao para celebrar, con un concierto, el ‘nosecuantos’ aniversario de la banda en la que, cuando era más joven, tocaba. Saltó el chip de mi curiosidad, por generación tenía que ser una de esas bandas de principios de los ochenta, y le pregunté cuál. Con su respuesta llegó mi sorpresa (los que ronden mi edad lo entenderán, los más jóvenes que busquen por internet). Compartía vagón con una componente de Las Vulpes. De aquella conversación me quedó grabada una frase: Entonces había censura pero éramos osados porque sabíamos que estábamos derribando el muro, íbamos a ganar;  hoy, aparentemente, no la hay pero los intereses comerciales imponen la peor censura de todas las especies: la que uno ejerce sobre sí mismo, hemos perdido sin librar, siquiera, batalla.  

Este es el camino que ha recorrido nuestro país a lo largo de sus más de tres décadas de democracia, el que va de la ilusión al desencanto. De creer que la democracia dejaría el poder en manos del pueblo a constatar que las decisiones políticas vienen impuestas por los mercados.
El fútbol, como las patatas, coge el sabor de los ingredientes del guiso y ha transitado por la misma vereda. En 1987, Duncan Shaw publicaba un ensayo titulado Fútbol y franquismo. En el capítulo final escribe ‘La adopción de la democracia ha transformado todas las instituciones y el fútbol no ha sido una excepción…Todo socio adulto, hombre o mujer, tiene derecho a votar al presidente al menos cada cuatro años’. El sueño democrático duró poco. Los clubes se transformaron en sociedades anónimas y los socios pasaron a ser clientes. Dada la notoriedad que el fútbol ofrecía se creó el caldo de cultivo idóneo para la aparición de retahílas de buhoneros, giles de toda calaña. Ellos eran los dueños del cotarro y quien se atreviese a cuestionar cualquier  decisión estaba condenado a escuchar que si quería opinar que compre el club.
Las televisiones han agravado aún más la tendencia. Sus pingües contratos les convierten, de facto, en dueñas de las decisiones ya que ante sus dineros los directivos del fútbol achantan. El diablo es el dueño del alma y, el otrora socio, ya no es más que el atrezzo de un espectáculo televisado.
Ambos planos convergen, ¿cómo no?, en el Real Valladolid. Tras el descenso, mejor dicho, durante el lamentable devenir de la temporada pasada, fue aumentando el número de socios descontentos con la labor de quien es la cabeza visible de los propietarios del club, el presidente Carlos Suárez. No es intención de este artículo analizar su labor sino plasmar una realidad: haga lo que haga y como lo haga no hay un solo resorte que permita a los asociados tomar una decisión al respecto. Su continuidad en el puesto depende estrictamente de la decisión de un pequeño grupo de personas.

Item más, la liga que se avecina comienza este fin de semana. El partido del Real Valladolid se jugará el viernes a las 21.00 horas. Si analizamos desde la perspectiva del socio no encontramos peor momento en todo el fin de semana pero he aquí la solución al jeroglífico: la tele decide el horario. ¿A usted le viene mal? pero ¿quién es usted, insignificante socio, para cuestionarlo? Es la democracia del pagar y callar. 

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