Estimado Señor Rubio:
Desde ayer, la
Pucela futbolística se asoma por la ventana, cierra los ojos y se regodea
mientras recibe en la cara ese tímido rayito de sol que, atravesando el
cristal, parece venir a decirnos que ha llegado para derrotar al invierno. Pero
en esta tierra sabemos que hasta el cuarenta de mayo no es conveniente
desterrar la ropa de abrigo, por si acaso. Precisamente por eso, ahora que aún
nada está conseguido y, a la vez, se está a tiempo de lograrlo todo, quería
dirigirme a usted para decirle una palabra que, también a la vez, resume todas:
¡gracias! No me apetece esperar a que se confirme la permanencia del equipo,
así será, cruzo los dedos, porque daría
la sensación de que ese agradecimiento sería un premio por haber alcanzado un
fin. Quiero hacerlo en este momento en que todo está por escribir. En este
sentido me da igual lo que ocurra al final, si alumbra ese rayo de sol es
debido, sobre todo, a usted. Sí, ya sé que el fútbol no es una excepción, que
el trabajo de uno carece de sentido si no está respaldado del de los demás. Y
es cierto que usted pertenece a una plantilla que ha dado a lo largo del año
muestras de una honradez que escasea en otros ámbitos de la vida social de
nuestro país. Quienes así no lo entendieron tuvieron que hacer las maletas. Al
resto nada que reprocharles, lo que tienen lo dan. Más no se puede pedir. Pero
en medio de todos refulge usted, y no por brillar como lo haría una estrella,
tampoco por arrancarse en carreras estériles a la manera de los demagogos que
buscan el aplauso fácil, su mérito radica, ahí es nada, en hacer en cada
momento lo que corresponde y hacerlo, casi siempre, bien. Ayer, sin ir más
lejos, consiguió transmitirme la emoción que siento cuando observo ante mí algo
que se acerca a la perfección.