Estimado Señor Rubio:
Desde ayer, la
Pucela futbolística se asoma por la ventana, cierra los ojos y se regodea
mientras recibe en la cara ese tímido rayito de sol que, atravesando el
cristal, parece venir a decirnos que ha llegado para derrotar al invierno. Pero
en esta tierra sabemos que hasta el cuarenta de mayo no es conveniente
desterrar la ropa de abrigo, por si acaso. Precisamente por eso, ahora que aún
nada está conseguido y, a la vez, se está a tiempo de lograrlo todo, quería
dirigirme a usted para decirle una palabra que, también a la vez, resume todas:
¡gracias! No me apetece esperar a que se confirme la permanencia del equipo,
así será, cruzo los dedos, porque daría
la sensación de que ese agradecimiento sería un premio por haber alcanzado un
fin. Quiero hacerlo en este momento en que todo está por escribir. En este
sentido me da igual lo que ocurra al final, si alumbra ese rayo de sol es
debido, sobre todo, a usted. Sí, ya sé que el fútbol no es una excepción, que
el trabajo de uno carece de sentido si no está respaldado del de los demás. Y
es cierto que usted pertenece a una plantilla que ha dado a lo largo del año
muestras de una honradez que escasea en otros ámbitos de la vida social de
nuestro país. Quienes así no lo entendieron tuvieron que hacer las maletas. Al
resto nada que reprocharles, lo que tienen lo dan. Más no se puede pedir. Pero
en medio de todos refulge usted, y no por brillar como lo haría una estrella,
tampoco por arrancarse en carreras estériles a la manera de los demagogos que
buscan el aplauso fácil, su mérito radica, ahí es nada, en hacer en cada
momento lo que corresponde y hacerlo, casi siempre, bien. Ayer, sin ir más
lejos, consiguió transmitirme la emoción que siento cuando observo ante mí algo
que se acerca a la perfección.
También me impele a
escribirle la certeza de que a usted le hemos visto muchos más partidos de los
que nos quedan por ver y, como la biología es la biología y el fútbol es así de
azaroso, no quiero llegar tarde. Sé que en todos estos años la afición del
Valladolid no ha sido justa con usted, que siempre aplaudió más a otros, que
siempre sospechó de su pausa, que siempre le reprochó los inevitables errores,
que no se dio cuenta de que si usted aparecía en las fotos de los goles
recibidos es porque nunca se escaqueó de ese riesgo y corrió en auxilio del
grupo aun sabiendo que podría llegar tarde.
Señor Rubio, usted
huele a fútbol, desprende el aroma del fútbol de principios clásicos, esos que
el invasivo márquetin ha desterrado. La forma de poner en práctica su profesión
es un ejemplo de honestidad y compromiso que me gustaría saber transmitir a mi
hijo, se dedique a lo que se dedique en el futuro, porque no hay mejor
enseñanza que amar lo que se hace y realizarlo sin aspavientos, cada cosa a su
tiempo, la siembra en otoño, la cosecha, en verano. Usted nos enseña a huir,
como diría Machado, de retóricas huecas, es un sinsentido escribir ‘lo que
acaece en la rúa’ si se puede decir ‘lo que pasa en la calle’.
Para mí es un
privilegio que haya impartido aquí, en Valladolid, estas lecciones de vida y
haber podido asistir a sus clases. Espero que todavía queden muchas para seguir
aprendiendo. Aunque no le conozca personalmente, permítame un abrazo. Fdo:
Joaquín Robledo.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 31-03-2014
Publicado en "El Norte de Castilla" el 31-03-2014
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