Imagen tomada de abc.es |
A ver cómo digo esto. Venga, allá va, aun sin sentencia
firme del tribunal que dirime estos asuntos que lo atestigüe, me declaro
anticonstitucional. No es una conclusión a la que haya llegado de un día para
otro pero lo cierto es que no hace tanto, ¿media docena de años?, ni se me pasaba por la cabeza perder tiempo
devaneando sobre este tipo de conjeturas. Huelga decir que la Constitución ya
estaba ahí, que desde los poderes públicos se la elevaba a los altares como una
obra de arte jurídico-política, que desde esas mismas instancias se realzaba su
papel protagónico y decisivo para que viviésemos todos armónica y felizmente
instalados en la mejor España de todas las posibles e imaginables.
En medio de
ese azúcar, sin embargo, se podía cuestionar su contenido. Se podía defender
otro modelo territorial, otra forma de jefatura de estado… Cierto que se (nos) hacía
poco caso a quienes lo hacían (mos). A veces incluso se les (nos) ridiculizaba
-cuando tengáis votos lo cambiamos, pero si se pedía que se votase te
respondían que para qué, que ya se hizo hace años y punto pelota- o
menospreciaba -sois cuatro gatos- . Pero no pasaba de ahí.
Parecía claro que la Constitución se mantenía en pie sujetándose sobre en un sólido entramado arquitectónico que le permitía desafiar con solvencia toda crítica. Pero se ha debido debilitar mucho, tanto que sus defensores la quieren apartar de cualquier vientecillo no vaya a ser que se constipe. De un tiempo a esta parte, ya digo, se cierran sus páginas al debate. Ya no hay argumentos que la defiendan. Con decir que algo es anticonstitucional, un asunto queda cerrado. Flaco favor porque así lo que se demuestra es debilidad: si estuviera fuerte no tendría problemas en salir de casa, en abrirse, en -incluso- dejarse cuestionar. Demuestran su debilidad y la enferman porque cuanto menos se exponga un cuerpo al medio en el que habita, cuanto más se le aísle, menos capacidad tendrá para sobrevivir cuando aparezca un virus.
Parecía claro que la Constitución se mantenía en pie sujetándose sobre en un sólido entramado arquitectónico que le permitía desafiar con solvencia toda crítica. Pero se ha debido debilitar mucho, tanto que sus defensores la quieren apartar de cualquier vientecillo no vaya a ser que se constipe. De un tiempo a esta parte, ya digo, se cierran sus páginas al debate. Ya no hay argumentos que la defiendan. Con decir que algo es anticonstitucional, un asunto queda cerrado. Flaco favor porque así lo que se demuestra es debilidad: si estuviera fuerte no tendría problemas en salir de casa, en abrirse, en -incluso- dejarse cuestionar. Demuestran su debilidad y la enferman porque cuanto menos se exponga un cuerpo al medio en el que habita, cuanto más se le aísle, menos capacidad tendrá para sobrevivir cuando aparezca un virus.
Que una persona o una organización cuestione la Constitución
no plantea ningún peligro para la convivencia social. Anticonstitucional
-entendido como no estar de acuerdo con partes fundamentales de la Carta Magna
y propugnar por ello- no puede ser sinónimo de malo. Es más, quienes así lo
relacionan, consciente o inconscientemente, son los que sí ponen en peligro la
convivencia ya que igualan la paja de la crítica legítima con el grano del
ataque a personas por pertenecer a determinados grupos sociales. Y no, no es lo
mismo.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 10-01-2019
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