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Con frecuencia, la belleza se encuentra en los ojos que la observan. A mí me cuesta encontrarla en el boxeo o en los toros; pero es una evidencia que hay quienes, donde tú ves un simple puñetazo o un señor esquivando un morlaco, son capaces de embelesarse ante lo que ellos entienden como la pureza de un golpe o de un pase. Además, como te descuides, van y te lo explican. Eso sí, por más que admirados en lo suyo se empeñen en mostrarte lo que es y la dificultad de ejecutar un gancho de izquierda o unas chicuelinas, no encuentran manera de hacerte ver belleza alguna. Seguramente, en muchas de esas personas se dibujaría una mueca de escepticismo si yo, embebido, glosase con sentida admiración la belleza de un pase milimétrico hacia un compañero que ha emprendido un desmarque de ruptura o un amansamiento con el pie de un balón que cae salvaje desde el cielo.
En otros casos la belleza se da por supuesta, se expone como un hecho objetivo. Así ocurre cuando cualquiera de las actividades catalogadas como 'arte' se ejecuta con un perfecto desarrollo técnico. Es entonces cuando el sustantivo 'arte' es revestido con el adjetivo 'bella'. Seis eran las así inventariadas: Pintura, Escultura, Arquitectura, Literatura, Música y Danza. El Cine llegó a posteriori para completar el septeto.
Aun así, con miles de tratados, ensayos y reflexiones detrás, no todo el mundo es (somos) capaz de encontrar la sublimidad en un cuadro de Picasso o en una ópera de Puccini. Lo curioso es que, por desconocimiento en unos casos, por inercia en otros, a veces se etiqueta a quienes desarrollan alguna de estas artes con demasiada simpleza, cuando no desprecio. Y una forma arcaica de despreciar algo consiste en asociarlo al género femenino. Ocurría, quiero pensar que está bien utilizado el pretérito imperfecto, con la danza clásica, el ballet. Una actividad que se encasillaba como un poco moñas, propio 'de niñas'. Ocurría, digo, sobre todo en ámbitos donde la delicadeza no cotizaba en el duro mercado de la supervivencia, en territorios como el ficticio Everington en que se desarrolla la película Billy Elliot. Allí, zona minera, tiempos de huelga, economía de guerra, el niño que da nombre a la cinta quiere dejar las clases de boxeo, que como varón le corresponden, por las de ballet. Tiene que luchar contra todo y casi contra todos, pero lo consigue.
El lenguaje de unos entornos enriquece -o contamina, según quiénes- otros. En el fútbol, cuando se pretende humillar a un equipo débil se dice a sus componentes que espabilen que 'esto es fútbol y no ballet'. Como si el ballet fuera blando y sencillo. ¿Qué sabrá el que tal cosa dice?
Ayer, el día que era el día, el Pucela se mullió. Ha querido la casualidad de que Plano, quizá el menos indicado para tal crítica, aparezca enemistado del balón, ejecutando un salto que es una mala copia de Nuriev.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 02-01-2019
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