“Un café y un libro”, Manolo Sierra 1995 |
“En un día el sol alumbra
y falta; en un día se trueca
un reino todo; en un día
es edificio una peña;
en un día una batalla
pérdida y vitoria ostenta;
en un día tiene el mar
tranquilidad y tormenta;
en un día nace un hombre
y muere…”
Capitán Álvaro de Ataide.
El alcalde de Zalamea, Pedro Calderón de la Barca.
En nuestros ámbitos de trabajo, sobre todo en el de cooperación, damos por supuesto lo atinadas que son las palabras de este lamento del personaje, bien que por lo demás con despreciable actitud en el resto de la obra, creado por Calderón. Hemos comprobado con demasiada frecuencia como en nada y menos un proyecto se caía; como, en otro momento, lo que amenazaba ruinas de repente parecía recimentarse. Sin embargo, lo que teníamos claro para otros mundos, no parecía probable, ni siquiera posible, para el nuestro: aquí, nos llegamos a creer inmunes, invulnerables. Una especie de muralla tecnológica, económica, mental, nos aislaba de riesgos propios de otros tiempos, de otras latitudes. No estábamos preparados y la vida nos sorprendió con la guardia baja. En un día se ha apagado un mundo, en un día nos hemos visto aplaudiendo en nuestras ventanas. En un día, como porcelana que golpea el suelo, se han hecho añicos nuestras certezas.
Son los científicos los que habrán de encontrar las respuestas al cómo fue que este virus nació, creció, se reprodujo, se expandió. Especular carece de sentido. Dejémosles hacer su trabajo. El nuestro pasa por cumplir lo que ellos nos indiquen y, en paralelo, eso siempre, mantener el espíritu crítico, el ojo avizor, las orejas tiesas.
Pero sobre todo, la labor nuestra empezará el día después. Ni un minuto más tarde. Aventurar el qué podrá ocurrir, qué mundo hallaremos cuando volvamos a pisar la calle, es un ejercicio de trileros. Sabemos que muchas cosas van a cambiar, pero no tenemos ni idea de cómo ni de hacia dónde. Hemos leído pronósticos que auguran el fin del capitalismo; otros, su consolidación. Hemos escuchado análisis que profetizan el advenimiento de modelos políticos cuasi-dictatoriales con la excusa de frenar vandalismos venideros; otros, preconizan el arribo de democracias socialmente más avanzadas escudándose en el aprendizaje colectivo de estos días de zozobra. Quedémonos con que habrá que reformularlo todo, con que será la propia realidad la que nos coloque en nuestro sitio, con que tomará forma una nueva normalidad en la que nos tocará vivir, como siempre, improvisando sobre la marcha.
En este viaje solo hay un objeto que no podemos perder: nuestros principios, una forma de entender un mundo en el que todos quepamos, en el que todo el mundo tenga acceso al mínimo que permita vivir la vida con dignidad, un todo el mundo que se extiende a todo el mundo. Porque si hay una cosa clara es que las desgracias golpean más donde previamente ya había herida y si, aun ayer, antes de que esta pesadilla arrancase, ya existían inmensos territorios en los que los demás jinetes negros ya galopaban, enormes bolsas de población castigadas, es obvio que allí recibirán un castigo más contundente. Las ideas podrán variar, lo que antes nos sirvió tal vez deje de hacerlo, lo que antes despreciamos tal vez ahora nos sea útil. Los principios eran y son. Y estos nos impelen a levantar la vista, por más que en nuestro entorno más cercano la situación general haya podido empeorar y se haga necesaria nuestra acción concreta, no podemos olvidar, ni por palabras, ni por hechos, la mirada larga, el alcance global del reto. Será, también, la hora de postular por respuestas audaces de las instituciones. Cerrarse, desde luego, no es el camino.
Del presente, presente, nos queda el dolor por las vidas derramadas. También en nombre de ellas, procuraremos ser más felices. Y más conscientes de que es suficiente un día. Para derribar y para construir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario