Es tan disparatada la realidad que cuando me viene a la memoria una noticia que leí hace un tiempo no consigo estar seguro de si me topé con ella bajo una cabecera convencional o en web satírica. La noticia relataba cómo un grupo de policías infiltrado en una banda de narcos se había visto envuelto en un tiroteo con otra cuadrilla de policías infiltrada en otra banda de narcos. La imagen me asalta con frecuencia. Algunas actuaciones que se dan en espacios sociopolíticos con los que simpatizo son tan inexplicables que solo adquirirían sentido si hubieran sido llevadas a cabo por personal infiltrado opuesto a cualquier opción de avance en la línea que se dice defender.
En esta situación de perplejidad me encuentro ahora cuando
pretendo entender determinadas reacciones que se han ido produciendo en el
marco de las protestas ante el asesinato de George Floyd a manos de un policía
de Mineápolis. Entiendo la rabia, entiendo la indignación, no es para menos.
Pero si situaciones como la acontecida, el diferente trato de los cuerpos de
policía, en este caso en los EE.UU., en función del color de piel de las
personas a las que se dirigen, ¿por qué ahora?, ¿por qué así?, ¿por qué con
carácter tan universal?
Se sabe que a toda fuerza de acción le sucede una de
reacción. Por eso a veces me da por pensar que la acción la toman quienes
pretenden rearmar la reacción. Es tan obvia la razón, tan justificada la
indignación, como alto el riesgo de que una respuesta abrupta, sin plan ni
estructura pueda provocar a medio plazo el efecto contrario al que se desea.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 17-06-2020
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