Las Tres Z.Z.Z. o las Cinco Jotas son dos marcas
comerciales, tan solo dos marcas comerciales. Sin embargo, por la excelencia de
sus productos -botas de vino la una, la otra, jamón de Jabugo- casi nos han
convencido de que el número de zetas de una bota o el de jotas de un ibérico
sirve como guía, al modo de las estrellas de un hotel, para apuntar la calidad
del género ofrecido.Foto "El Norte de Castilla"
Cuando pretendemos adquirir algún producto, quienes tenemos que conformarnos con menos utilizamos una referencia más de andar por casa, la de las tres ‘bes’. Eso sí, siendo a priori conscientes de que rara vez se obra el milagro de encontrar un artículo bueno, bonito y barato. En estas, ya digo, lo más habitual, asumimos al menos el descarte de una ‘be’. Si queremos que sea bueno y barato, bonito no será; si bonito y barato, andará la cosa justita de calidad; si bueno y bonito, tocará tirar de cartera, pagaremos gusto y ganas.
El Pucela es de los nuestros. En la tienda en que compra la
materia prima, no abundan las delicatesen. Dado que solo puede comprar barato,
parece condenado a elegir entre ofrecer un menú bueno u otro bonito. Y Sergio
se decanta por un guiso con sustancia aunque tragarlo sea como masticar arena.
Así, su Pucela logra el alimento clasificatorio forzando a los rivales hasta el
extremo de anularlos. Todos los equipos a los que se enfrenta parecen peores de
lo que en realidad son.
Tres son los truquillos del cocinero. El primero permite
formar una salsa en la que no pasa nada, así el encuentro va languideciendo
desde el minuto uno hasta que, por fin, acaba. Si algo pasa y la salsa se
revuelve, va el segundo: se añade una pizca de parada salvadora bajo palos de
Masip –incluida alguna a algún remate que pudo haber evitado, ¡qué herejía!,
saliendo-. El tercero consiste en confiar
en el franciscano ‘Dios proveerá’ ofensivo. Vamos, que si caza una, se
come carne. Aunque dada la menguante propuesta ofensiva, lo de cazar una se
circunscribe a tres vías: un error grosero del rival, como en Leganés; una
súbita y desconcertante acción individual o una jugada a balón parado. Y aun
así, esta última, con remilgos, como se manifiesta en el instante elegido para
ilustrar la página, una instantánea que plasma la inferioridad pucelana frente
a la abundancia de defensas rivales.
Llevaba siendo así toda la temporada -y la anterior-, pero al asunto ahora toma otro cariz. En el
campo, un bodrio de partido se sobrelleva con una bota, sea o no Tres Z.Z.Z., y
un bocadillo que a buen seguro no será de Cinco Jotas. Un poco de conversación,
un poco de animar, y las dos horas se van pasando. Pero frente a la tele no hay
tal y el tiempo pasa muy despacio.
La mejor noticia es que podemos hablar de que el juego es
horroroso porque el rendimiento es lo suficientemente bueno para aplazar, tal
vez definitivamente, conversaciones sobre miedos al socaire de penurias
clasificatorias. En estas circunstancias, la clasificación del Pucela es
poesía; su rostro, desagradable de ver. En resumen, una especie de Cyrano de
Bergerac.
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