Imagen "El Norte de Castilla" |
Hago este preámbulo con el fin de cuestionar la metáfora que parece aflorar con solo mirar la fotografía. Así, a golpe de vista, observamos a Sandro pateando el balón con absoluta convicción. El canario empeña en el golpeo toda su voluntad con la certeza de hacer lo que debe. Si el resultado es el deseado, lo celebrará; en caso de no ser, volverá a insistir, una y otra vez, porque no existe en él duda alguna de que el camino elegido es el correcto. Si tuviésemos que definir la temporada del Real Valladolid con una palabra, sería exactamente esa: convicción. Una convicción que ha forjado un grupo, un grupo que se ha solidificado con esa convicción. Así, sin fisuras, se ha ejecutado el plan. Y en fútbol, si se valora el plan y la convicción, el protagonista no puede ser más que el entrenador. Acabada la temporada, no cuesta imaginar al técnico de este equipo V emulando a Hannibal Smith, el líder del televisivo equipo A que, puro en la mano, resumía su filosofía en apenas siete palabras, “me encanta que los planes salgan bien”.
No conviene limitarse a ese primer golpe de vista. A veces, incluso con el mismo empeño, los planes no salen. Entonces la convicción se convierte en defecto y pasa a denominarse ‘obcecación’. Así, todo le cuadra a quien se regodea con las fábulas moralistas: la virtud ofrece resultados óptimos, los defectos nos arrastran al lodo. Por desgracia, sabemos que no siempre es así.
En oposición a Sandro, aparece un Sergio Canales en apariencia superado primero por el balón y luego por los acontecimientos. Su gesto es temeroso, como si le diese miedo que la pelota le golpease. La temporada de su Betis ha sido un poco así. Antes de empezar se las prometían muy felices, pero, tras los primeros golpes, se torcieron las expectativas y han caminado en un sinvivir atemorizados por una catástrofe impensada, un abismo del que se han quedado a escasos centímetros: el descenso. Canales, sin embargo, es de todo menos miedoso. Viendo su historial de lesiones, resulta admirable que aún se desempeñe en la élite. Si las rodillas le hubieran respetado, estaríamos más que seguramente ante uno de los referentes del fútbol español en el último decenio. También aquí cabría el relato moralista: Canales, en vez de lamentarse, se ha sobrepuesto y gracias a su valor y tenacidad ahí sigue. Si un día, esperemos que no llegue, a consecuencia de aquellas lesiones, termina con dificultades para llevar a cabo una vida normal, habrá quienes lo achaquen a su inconsciencia y cabezonería. Avisado estaba, dirán.
El fondo morado de asientos sin ocupar nos sigue recordando lo negativamente singular de esta extraña temporada que concluye en lo futbolístico. Por lo demás, la vida sigue y el fútbol volverá. Eso sí, a saber cómo. Lo viviremos con incertidumbre o emoción.
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