Juanito, el de la Caja, era ‘Juanito’ porque salió con el ‘Juan’ de la pila y nunca alcanzó altura suficiente para que le retiraran el diminutivo. Lo de ‘la Caja’ se refería a su trabajo, allí no era necesario aclarar, en la de Ávila. En realidad, Juanito era la Caja en una decena de pueblos. También, un vecino más del suyo, cabecera de comarca, y un poco paisano en todos los que recorría maletín en mano.
De aquello no ha pasado tanto: con un “corre a hablar con Juanito”, alguno de mi generación consiguió las 100.000 pesetas para el primer ordenador. Pero han pasado diversos torbellinos. El mundo económico exige, exigía ya, crecer y aminorar costes. El mecanismo tiende a la concentración. Algunas cajas de esta tierra se fusionaron. Hasta que la crisis-estafa con la que se cerró la primera década de este siglo mandó todo al traste. No sobrevivieron a la embestida. A aquel modelo de gestión, mamoneos y paternalismos aparte, le reventaron todas las costuras.
Aquellas que se unieron se volvieron a fusionar, pariendo por obligación esa entidad con la que algún consejero de la Junta había soñado para ‘dotar de músculo financiero a la comunidad’. Tampoco fue suficiente.
La de Ávila, como la de Segovia, que había aguantado el anterior envite, no pudo con este. Su negocio bancario, fondos del estado mediante, acabó formando parte de Bankia. Sigue siendo poco, la rueca del crecer para ahorrar costes sigue girando: Bankia será absorbida por Caixabank. Sin haber hecho nada, la libreta que nos abrió Juanito nos convierte en clientes de aquella caja del logotipo de Miró que entonces nos resultaba tan lejana.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 09-09-2020
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