sábado, 3 de octubre de 2020

ADIÓS TRISTEZA

Se despide Diego, la mezcla de sábado tarde y veinteañero no cuaja en el interior de una casa.

-¿Sales ya?

Antes de cerrar la puerta por fuera, enciende su modo ironía, araña mi ojo por dentro. 

-Sí, he quedado. ¿Has terminado el artículo? Imagino que será todo alegría y jolgorio.

Tuerzo el gesto de la cara.

-¿Y eso?

Bien sabe que no es verdad, que, al contrario, sonrío más tiempo del que refunfuño. Pero le da igual, sabe que muerde magro y no suelta pieza.

- Te pasas el día enfadado.

Le miro con cara de ‘en qué hora se me ocurriría que era buena idea ser padre’.

-En cuanto deje de verte se me quita.

Se ríe casi condescendiente.

-Hasta luego, anda.

Me quedo pensando. Tengo razón de fondo, tiene razón de base. Mi enfado, superficial, epidérmico, impostado, más pose que real, tenía un sentido que ya perdió tiempo ha, cuando él era más pequeño y leía mis gestos tratando de descifrar los límites. No es la primera vez que lo pienso, ni será la última. Es difícil dejar de tener en la cabeza esto de ser padre cuando de tu hijo se trata. Y me da que no tiene cura del todo. Antes, a primera hora de la mañana, me había llamado mi madre, con mi padre al fondo, para apuntarme -ojo, con mis 51 años- que no se me ocurriera salir con la bicicleta, que hacía mal tiempo.

Desde luego, no me gusta la idea de estar, ni la de mostrarme, triste o cabreado. No me identifico. Cuando noto que alguna de esas sensaciones se acerca, huyo como de la peste; y si me pillan, las espanto. Más que nada, porque sé que si no se las ahuyenta, se quedan, se acomodan en ti, te embebes de ellas, hacen nido. Vives triste eternamente, eternamente cabreado.

Vuelvo al artículo, la foto de este Instante abunda en el asunto: tristes, Roberto y Luis Pérez; desolado, Javi Sánchez. La derrota siempre produce esos efectos. Las maneras enconan o relajan, infectan o ayudan a sanar. La de ayer es de las peores: en casa, en el último momento, cuando todo se te había puesto de cara por la expulsión de un rival. El contexto, las gradas vacías, añade tristeza sobre la tristeza. Ni siquiera pudimos estar ahí.  Con un triunfo, ni nos habríamos dado cuenta del detalle. ¡Qué se va a hacer! Así vienen dadas.

El silencio de los jugadores, el gesto de J. Sánchez de llevarse las manos a las orejas para no escuchar al mundo, es el lamento de la pérdida irremisible, la aseveración de la ruptura de una certeza, el sentir las manos vacías tras haber dejado caer lo que se entendía como propio.

Punto. Fin del partido. Repito: huyo de la tristeza. Ni es mi estado natural ni entiendo que aporte nada. Esto está comenzando y dejarse arrastrar por ella nos conduciría al cabreo, a la ofuscación, al puñetazo en la mesa, al ‘nada nos vale’. Y no. El partido al menos nos dejó dos noticias extraordinarias: Toni es Toni y Sergio –le ha costado- ya lo sabe; en Kike tenemos un filón, un jugador superlativo del que no entiendo cómo ha tardado tanto en llegar a la élite.

El fútbol, en su sencillez, deambula por vericuetos complejos, es un ecosistema que necesita reequilibrarse cuando alguna pieza se modifica. Y ha habido cambios notables: los tres de la foto, por ejemplo, son nuevos. Los tres, además, de atrás y, más además, con el lastre de no contar con el profesor Olivas. Con Kiko todos parecían buenos; sin él, todos malos. Y tampoco puede ser así. Tiene que haber erosión en la búsqueda de las compatibilidades; ruido hasta afinar y encontrar la armonía. Llegará. También con Diego.

 Publicado en "El Norte de Castilla" el 04-10-2020

No hay comentarios:

Publicar un comentario