Camino de vuelta a casa. En mi cabeza bulle un artículo del que olvidé el autor pero no la esencia: en la exclusión se cae no solo por unas determinadas circunstancias personales que te arrastran; contribuye el desarraigo, la ausencia de una red, entorno familiar, social, que detenga la caída, que evite el topetazo, que permita -por más que no siempre¬- un nuevo intento de puesta en pie.
Por la vehemencia de la juventud, durante algún tiempo lo olvidé. Lo olvidé, paradójicamente, porque esa red existía. De no ser, habría percibido la ausencia y hubiera tenido que caminar más precavido o, me lo planteo con frecuencia, la habría echado en falta una vez hubiera habitado en el abismo. No fue. Nunca faltó quien me ayudase en tantas ocasiones como lo necesité. Alguna vez, incluso, como respuesta, devolví ingratitud. Tiene cara, tiene rostro. Yo, cobardía: cuando sabía, no podía; cuando podía, ya no supe. Y queda pendiente la gratitud, el resarcir.
Transito el binomio Nochevieja-Año Nuevo en el pueblo. Todo está ya recogido. Al igual que con las redes, los años me han mostrado que determinadas costumbres, que jactancioso antaño desprecié, contienen el valor de la salvaguarda. Barruntas que la búsqueda del ideal de una pretendida libertad, en realidad de un falso sentido de ella, puede dejarte solo. “El mundo fue y será una porquería”, cantaba Enrique Santos Discépolo. En la pretensión de que deje de serlo al menos un poquito, conviene cuestionar todo, pero no derribar ningún cobijo mientras no haya otro que lo sustituya.
En una botella queda algo de champán para brindar con ustedes por un 2024 en que no olvidemos, o aprendamos, mirar los ojos de los más débiles, de los más vulnerables. Mirar a los ojos y no volver la espalda. Que el año nos sea mejor y, como diría Mafalda, que nosotros seamos mejores para el año.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 01-01-2024
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