domingo, 14 de enero de 2024

EL SILENCIO DE LAS CINTAS SIN CASETE

En casa de mi abuela Agustina no había televisión ni casete. Tanto ella como Miguel y Carmen, sus dos hijos, que, vicisitudes de la vida, nunca abandonaron ese austero hogar, el mismo en el que nacieron, mataban las horas al calor de la lumbre, bien conversando, bien leyendo, bien escuchando las noticias tras afinar el dial en el aparato de radio. Disfrutar de la música no formaba parte de sus gozos. Sin embargo, en la repisa de la chimenea, casi como un objeto de culto, reposaba una cinta de un joven barbudo al que yo, por supuesto, en aquel tramo final de la década de los setenta, aún desconocía. Eso sí, su nombre, resaltado en la carátula, me resultaba demasiado familiar: Joaquín Díaz.

Una cinta sin casete donde sonar. Ni siquiera podían ir con ella a escucharla en casa de las otras dos de sus hermanas que vivían en el pueblo: mi madre y mi tía Doro, el radiocasete no formaba parte de sus respectivos mobiliarios. Ingenuo, le pregunté a mi tío Miguel por el motivo de haber comprado una cinta sin posibilidad de escucharla. «La vi en Ávila –más o menos, no me pidan literalidad casi medio siglo después– y me sorprendió leer en letras grandes el nombre y apellido de padre. Pagué los veinticinco duros y me la traje».

La cinta silenciosa de Joaquín Díaz apoyada en aquel estante, lejos de cumplir con el cometido para el que se creó: esparcir el sonido de la música folk, evocaba ceremonialmente la figura de mi abuelo, el que me confirió su nombre al morir –precisamente el día de San Joaquín– ocho días antes de mi nacimiento. Como cintas sin un casete que pueda transmitir su sonido corren por el césped los futbolistas del Valladolid. Cinta –calidad–, en comparativa con buena parte de los rivales, hay, o eso creemos. La música parece escondida en el interior de los jugadores, de algunos, de unos pocos, pero por unas u otras razones no hay forma de escucharla. Semanas atrás tuvimos la sensación de haber encontrado un once sonoro, pero cualquier vicisitud –lesiones, estados de forma– arranca da las manos el casete, vuelve el silencio.

En Burgos, con Moro fuera, el testigo recayó en Anuar. Nada que ver. Al ceutí, jugador honesto al que le castiga la honestidad, buen entendedor del juego al que le penaliza tomar en el campo decisiones correctas, como rinde, como cumple, en vez de asignarle la posición más adecuada, le obligan a rotar para tapar agujeros en los puestos en los que las carencias obligan a componendas. Nada que ver con Moro, pero no hay más recursos. Me he limitado a un ejemplo, por notorio en El Plantío, de los varios que podría comentar. Resulta una obviedad que la plantilla no ofrece respuestas a cientos de interrogantes que el futbol semanal va planteando. Enero permite remendar alguno de los rotos. Veremos porque la realidad, a estas alturas, muestra una plantilla descompensada. Diferente a la buscada. Se atribuye a Alec Issigonis, ingeniero de los coches Mini, el aforismo «Un camello es un caballo diseñado por un comité». El 'comité' del Pucela tendrá que rehacer el dibujo. Mientras no sea, el caballo de la afición galopará jorobado y sin casete.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 14-01-2024

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