Como tenemos asimilado que el nazismo alcanzó el mayor grado
de depravación humana, tendemos a asumir que cualquier horror que se nos relate
no alcanza tal categoría. El riesgo de la película, al elevar la degeneración
al punto máximo, estriba en el alejamiento de la reflexión propuesta de nuestro
concreto día a día, en la dificultad de extrapolar a otros terrenos la vecindad
de la aparente bonhomía y la maldad sistémica. Y sin embargo, con poco
esfuerzo, podemos imaginar personas disfrutando de las playas, de las fiestas,
gentes enredadas en sus corrientes costumbres inanes, a una nimia distancia de,
por ejemplo, la franja de Gaza, desde donde también les provienen humos y
gritos, desde donde parte el sonido del rugir de los estómagos vacíos. Sin ir
tan lejos, apenas una lengua de agua separa nuestra zona de interés de la
angustia de unos millones de personas procedentes de territorios que fueron -y
son- saqueados por el interés de la zona, en beneficio de este decadente mundo
occidental.
No es lo mismo. No, no lo es, si queremos, en cuanto a
grado. Pero apunta en la misma dirección. Y desasosiega.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 26-03-2024
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