lunes, 18 de marzo de 2024

LAS PIEDRECILLAS INSUPERABLES

Con asiduidad, cuando se observa que algún reguero de agua discurre turbio, se recurre al «¿En qué momento se había jodido el Perú?», la pregunta que atormentaba a Santiago Zavala desde el arranque de 'Conversación en La Catedral', la novela, tercera suya, quinta mía –la publicó en 1969–, de Mario Vargas Llosa. Debe de ser porque en el pueblo de mi infancia –matizo con 'de mi infancia' no debido a que posteriormente dejara de sentirlo como propio, sino asumiendo que el pueblo en el que se desliza la niñez se conforma como un escenario con identidad propia– contaba más pocilgas que catedrales, porque cuando superé la media docena de palmos de altura me encargué de adecentar más cochiqueras que ábsides, acarreé más panija que velas, rellené más pesebres que patenas; prefiero echar mano de la manera en que Cantinflas en 'El padrecito' –«Ahí es donde la puerca torció el rabo»– señala ese momento crítico, ese punto, acaso imperceptible, en que se empezó a complicar, acaso definitivamente, el retorno al sendero virtuoso.

Si nos limitamos al encuentro en A Malata, el Pucela torció el rabo en el minuto diecisiete, en el preciso instante en que un aparentemente inocuo desplazamiento en largo del central racinguista David Castro provoca una indecorosa concatenación de errores: sobrepasa primero a un inoperante por mal perfilado Luis Pérez –puede que la lesión le sirva como atenuante, puede que el giro consecuente de la mala colocación provocase, además del yerro, la dolencia muscular– y sorprende a un Masip que, fuera de sitio, no encuentra el modo de detener el remate final. Hasta ahí, el Pucela lució su cara animosa, resuelta. Un golpe, el fallo del penalti, abrió alguna duda; uno posterior, el gol en contra, destrozó su mandíbula de cristal. Uno cero, un mundo por delante, un catálogo de inoperancia como respuesta. Ni saltó el resorte anímico, ese impulso que impele a sobreponerse por orgullo, convencimiento o determinación. Ni el muelle futbolístico, adormilado –salvo por algún esporádico centelleo– desde hace demasiado. Desde hace demasiado. No, no podemos limitarnos a los sucesos de A Malata: el rabo ya venía torcido de tiempo atrás. Pezzolano no ha encontrado el modo de implantar un juego reconocible o, al menos, efectivo. Incluso, cuando el fulgor deslumbraba, cuando el equipo apuntaba la posibilidad de despegue, Pezzolano, tal vez imbuido por el deseo de notoriedad, proponía alguna modificación que colisionaba con el sentir general para dejar patente que la plebe no podía estar a su altura. Así, desechando lo que funciona, se vuelve a la casilla de salida: te conviertes en enemigo de ti mismo.

En el fondo, los dos –el anímico y el futbolístico– se encierran en uno: sin fútbol, cualquier piedrecilla en el camino se eleva con la pendiente del Angliru, devasta el ánimo. Y así no hay forma de alcanzar buen destino. Hoy no se me ocurre pensar, ni siquiera que aún hay tiempo.


Publicado en "El Norte de Castilla" el 18-03-2024

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