Ya pasó el último cura por la pantalla de la
“pública” televisión española así que se puede dar por concluida la
interminable semana de procesiones. Una semana encorsetada entre dos paradojas:
Comienza un 14 de abril, día del sueño de una España laica, ilusión asesinada
por las hordas de la cruz y la espada. Setenta y dos años después se sigue
mezclando a dios con los presupuestos del estado y se le invoca para que ayude en la tarea de democratizar al mundo
matando a quién por allí circule. Se clausura con la resurrección de las
hostilidades sobre unos individuos que decidieron celebrar la noche de San Juan
en la playa. No pudieron. El bullicio de esa fiesta era execrable mientras los
decibelios de las cornetas de las cofradías no enturbian la paz de nuestras
noches. Los ruidos son iguales pero unos más iguales que otros.
Los únicos que no se han enterado del fin de
la semana santa son nuestros políticos. Los del PP procuran cubrir su rostro
ultramontano luciendo un capirote centrista para evitar el flagelo electoral,
mientras, los del PSOE salen en procesión por Valladolid y exaltan a la talla
de la santa cofradía del paso atrás, Felipe González.
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