El
alcalde clamaba desde el balcón del ayuntamiento “vecinos de este lugar, os
debo una explicación, y esta explicación que os debo os la voy a dar”. Tras el
discurso y el rumor previamente propagado todo el vecindario supo que ese
domingo la vuelta ciclista acariciaría la carretera del pueblo y con ella la
televisión haría inmortal al amarillo del cereal recién segado y cada
parroquiano tendría su segundo fugaz de efímera gloria. En el bar, los pocos
que quedan cuando agosto se despide, discutían sobre cual sería el sitio ideal:
a la entrada del puente sobre el Trabancos, la esquina de la señá Lola o la
solana de la báscula. Llegado el domingo la sonrisa se apodero de las mejillas
de unas y otros. Se acicalaron y, entre la misa y los callos, tomaron las
cunetas. Sonó el teléfono de “El cojo” su hijo le decía que faltaban tres
kilómetros, vislumbraba el perfil del pueblo en la tele. Unos segundos de
publicidad y enseguida volvemos. La vuelta ciclista pasó por Rasueros.
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