Cuando llegábamos a
casa con alguna brecha, echábamos la culpa a otro de haber dado inicio a una
pelea que nosotros, buenecicos que éramos, nunca hubiésemos empezado. Nuestras
madres, mientras tiraban de mercromina, nos miraban con cierto desdén y usaban
siempre el mismo latiguillo inculpatorio: dos no se pelean si uno no quiere. En
parte no les faltaba razón, pero solo en parte. En primer lugar, porque si uno
hostiga lo suficiente no hay fuerza humana que evite la colisión y, sobre todo,
porque siempre somos capaces de ver ese hostigamiento que nos justifica y nos
permite aparecer, ante los demás y ante nosotros mismos, como seres beatíficos
que hicimos lo que no nos quedaba más remedio que hacer. Cabe otra posibilidad:
saber que hay alguien que se siente molesto por algo de lo que nos acusa y
negar la mayor diciendo que no ha pasado nada. El otro recalcará la ofensa y
nos negaremos a hablar con él, porque insistiremos en que lo que dice es falso,
que no hay conflicto alguno. Pero lo hay, sea cierta o falsa la acusación,
desde que alguien cree que tiene motivos para plantear un conflicto, el
conflicto existe, y negarlo solo impide una solución pacífica y serena.
Recurrir a un
argumento legalista, apelar a la Constitución para defender que Cataluña no puede
hacer una consulta sobre su independencia, o a uno esencialista, no se puede
independizar porque es parte de España y punto, como únicas respuestas al
órdago soberanista es tan ridículo como ineficaz. Los argumentos que esgrimen
nos parecerán mejores o peores, más o menos falaces, pero si los suscriben
varios millones de personas es obvio que el conflicto existe. La solución, en
uno u otro sentido, al menos si queremos que sea pacífica, no pasa por esconder
la cabeza mientras el proceso se agiganta y responder a las bravas cuando ya no
quede remedio. El referéndum está en marcha, callar hasta entonces y pretender evitarlo
en ese momento por la fuerza podría ser trágico. Este silencio, esta negación
de la realidad, conllevaría a una posible declaración unilateral de
independencia que solo nos permite vislumbrar dos escenarios: decir amén o
poner los tanques en la frontera. Mi abuela decía que en el 35 era impensable
una guerra. Miedo me dan los esencialismos, miedo me da la sordera, miedo me
da…
Publicado en "El Norte de Castilla" el 19-12-2013
Tié’ que haberlos, como las meigas que haberlas haylas.
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