lunes, 23 de noviembre de 2015

LAS PUERTAS DEL PARAÍSO


Los libros sagrados son un totum revolutum incoherente con ellos mismos porque pretenden, y consiguen, tocar todos los palos del ser humano y este es, en esencia, contradictorio. Cualquiera de nosotros arranca un día con ganas de mimos y al otro, vaya usted a saber por qué, se levanta con el pie cambiado y todo parece molestar. Quizá esto explique la longevidad de estos textos, sirven para un roto y un descosido. Quizá ahí radique también que haya servido para dar cobertura a formas de pensamiento radicalmente opuestas, que en el nombre del mismo Dios se hayan perpetrado los actos más viles y escrito las respuestas más dignas. Nada distinto de lo que ocurriría si no hubiera habido quien sacralizase página alguna. Al menos, en este segundo caso, nos evitaríamos el sonrojo de contemplar el recurrente recurso a lo sagrado para justificar la propia miseria de la que están plagados los libros de historia.

En lo que los textos sagrados, desde el primero al último, del principio hasta el fin, son coherentes es en el desprecio a ese tiempo que llamamos vida frente a un futuro eterno que habrá de comenzar cuando ya no seamos. Un futuro que solo se abrirá a quienes vivan de acuerdo con estas prédicas inconexas de las enseñanzas sagradas, para el resto está dispuesta la condena eterna. Tanto da, valga por caso, el Corán - “¿No saben acaso que quien se enfrente a Dios y su Mensajero estará perpetuamente en el fuego del Infierno?”- como la Biblia - ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo si él se pierde y se condena?-. Esta vida solo es el trámite, el papel que se presenta en el registro.
El fútbol, tan incoherente e inconexo como los libros sagrados, ofrece también elementos para que se puedan realizar lecturas antagónicas, para que cada cual encuentre argumentos para defender sus criterios preestablecidos. Existe un versículo o una aleya que habla del fútbol de seda y otro de hormigón, en el medio otros igualmente válidos confeccionados de los más diversos materiales. Pero todos tienen algo en común: las puertas del paraíso solamente se abren cuando la llave del balón traspasa la línea de las cerraduras de la portería. El resto del tiempo es un periodo de transición en pos de esa gloria (que en el fútbol, al igual que la condena, a diferencia de las religiones, siempre es efímera). Ayer el Valladolid no consiguió burlar al cancerbero en ninguna ocasión; es más, las puertas del jardín del Edén parecían tan lejanas que ni se vislumbraban. El partido podría haber durado dos meses y ni por esas. No fue, sin embargo, el peor Valladolid que hayamos visto esta temporada, por momentos, su juego cumplía los preceptos básicos, pero hasta ahí. Llegada la hora, siempre aparecía un obstáculo que impedía el salto a la gloria, como si una vida que se limita a cumplir, sin más, no mereciese el acceso al paraíso. Podría buscar la razón del castigo en un juez injusto, pero sería un consuelo menor. El nuevo entrenador ha llegado con otra filosofía, con otro camino, pero se sigue encontrando con un problema de difícil solución: por más que se interpreten bien los contenidos de sus escrituras, no habrá forma de conseguir nada si no se encuentra la manera de dar el último paso, el que permite que la afición pueda cantar un gol y sentirse en la gloria.


Publicado en "El Norte de Castilla" el 23-11-2015

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