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La numeración romana suena a antigualla prescindible. Este sistema simbólico que utiliza letras para representar valores numéricos ha quedado circunscrito a reductos de carácter casi sacro –el numeral regnal de papas y reyes–, foliaciones institucionales, la cuenta secular del tiempo o el adorno de algunos relojes. XII fueron Pío, el penúltimo Papa, y Alfonso, el penúltimo Rey que no conocí; XII es la legislatura en que nos encontramos; XII fue el siglo de las Cruzadas, la misma centuria en que se firmó el Tratado de Zamora que sirve como partida de nacimiento de Portugal; XII es el lugar en que se encuentran las agujas del reloj cuando el sol brilla en lo más alto, el mismo que marcan cuando, anochecido, arranca la hora de las brujas o finaliza súbitamente el encanto de Cenicienta. XII también, y también en romanos, es la marca que ha lanzado el Pucela como señuelo de un proyecto tan enrevesado para ser explicado en su parte menuda como sencillo de comprender en sus trazos más gruesos. Los objetivos son difícilmente discutibles; pero, de tan genéricos y ambiciosos, resulta imposible saber –hasta que pase un tiempo– si la semilla prende o el esfuerzo se ha quedado en un deseo de cambio de año, un dejar de fumar, aprender inglés o perder algún kilo de esos que sobran. Para oficializar el hecho, el pasado martes, sobre la tarima del Miguel Delibes, fueron apareciendo una serie de exfutbolistas de última o penúltima ola junto con lo que antaño se denominaba ‘las fuerzas vivas de la ciudad’. Estos últimos, los inquilinos del palco, bien resguardados del frío -que por mucho XII esto no deja de ser Pucela- , aparecen con semblante serio, expectante. Unos más que otros, claro, que las guerras de Puente, el alcalde, y Carnero, el presidente de la Diputación, se libran en otras campas. Suárez, el presidente del club, perdón, de la S.A, estira la camisa para intentar que le llegue al cuerpo. La cara refleja la impotencia de quien nada puede hacer en ese momento, de quien es consciente de que su suerte depende de las piernas de otros. Moro, vicepresidente de nuevo cuño, se muestra triste, con los labios apretados y sus comisuras asomándose al suelo. No sé si temía alguna desgracia, pero posa en modo funeral.
El fútbol, sin embargo, sucede abajo. Cualquier iniciativa tangente al fútbol dependerá de la azarosa pelotita. Bienvenida una estructura sólida pero sin olvidar que la suerte la marca el balón. Esto es fútbol, donde el reloj siempre marca las XII. Si la pelotita entra, el sol estará en el punto más alto; si no, perderemos hasta el zapato en la huida.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 17-12-2017
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