La deriva en que está entrando el Real Valladolid desnuda a su entrenador
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Foto El Norte de Castilla |
El mundo de los entrenadores del fútbol profesional no es diferente. Salvo algunos genios, la gran mayoría –todos, si nos referimos a la Segunda División– sobreviven realizando un collage con retazos de diversas procedencias. Por eso, aun habiéndolos mejores y peores, no suelo utilizar las palabras ‘bueno’ y ‘malo’ para catalogar a un entrenador. Del Bosque no era una eminencia cuando la selección ganó el Mundial y, cuatro años después, un zote que había olvidado el oficio. No. Si podemos dividir a los entrenadores en dos categorias estas serían las de ‘adecuados’ y ‘no adecuados’ en función de las mil circunstancias que atañen a un equipo y al club que lo envuelve.
La deriva en que ha entrado el Real Valladolid está desnudando a su entrenador. Se presentó con una amalgama de ideas cuya puesta en práctica, de inicio, resultó atractiva. Parece que le han pillado el truco. Se ha apagado el caudal ofensivo mientras persiste la sangría atrás. En la foto que aparece en la portada de este periódico, estupenda, por eso va en la portada, un Luis César, atormentado se lleva la mano a la boca. Parece buscar quién sabe dónde una explicación que no encuentra. Mata, en la imagen que da sentido a esta nota, se desgañita y, sin querer, pone de manifiesto la impotencia colectiva. Él, delantero centro, reclama un balón que no termina de llegar en condiciones. Antes, en la primera parte, había aprovechado un error y un despiste para anotar un par de goles. El entrenador rival, llave inglesa y destornillador, ajustó las piezas. Escassi, tenso y concentrado tras Mata, retrocedió a la posición de central y el agujero numantino se tapó. El Pucela se deshacía y la expulsión de Olivas le convirtió en un azucarillo en agua caliente. Cuestión de tiempo. Luis César, en vez de retocar la maquinaria, reaccionó como un entrenador de pueblo: quitó al más pequeño para defender, metió otro delantero cuando todo estaba perdido. Pero no, no es el resultado de ayer. Ha convertido al Pucela en un equipo que mira y eso no es una cuestión de actitud sino una muestra de falta de confianza. Su idea puede ser válida, pero da la impresión de que no maneja con soltura el cincel para ajustar lo necesario. El equipo se le cae. Mientras Mata grita, Luis César, calla.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 04-12-2017
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