Polvo, humo, niebla, el ambiente se llena de palabras sin
apenas peso que impiden ver. El debate, los debates. Pasaron y el paisaje quedó
como cuando se despeja la polvareda levantada por un coche en un camino: mucho
ruido antes, después todo más o menos exactamente igual que estaba. Sí, entiendo
el revuelo de los días de víspera, a este tipo de debates les ocurre, al estilo
de la propia democracia, que son el peor formato a excepción de todos los
demás. Vamos, que dado el paño, ¡y madre mía, qué paño!, no hemos sido capaces
de encontrar un modelo mejor. Al menos obligan a los candidatos -un ‘los
candidatos’ en masculino, masculino; sin nada de genérico- a confrontar sus
programas frente a sus adversarios con nosotros como testigos en la distancia.
Antaño, quizá por la novedad, tal vez porque en los
protagonistas aún existía un punto de candor que se fue perdiendo cuando las
sucesivas hornadas de asesores limaron las aristas de los debates y los
debatientes, tenían alguna gracia, algún valor añadido. Hoy por hoy, pasado el
tiempo, erosionado el modelo, resabiados los contendientes, han quedado como un
triste escaparate en el que se exhiben sonrisas enlatadas, poses preparadas,
latigazos ensayados, productos ultracongelados.
En realidad nunca me gustaron los debates entendidos así, como
fuego cruzado para ver quién llevaba el gato
al agua. ¿Quién ha ganado? es la pregunta inmediata. No importa el contenido,
los temas que se tocaron, los que se dejaron al margen -pregunta retórica,
¿alguno ha dedicado una palabra a los asuntos que van más a allá de la ponzoña
doméstica?-, la trayectoria… Como en la arena de un coliseo solo importa quién
ha vencido, quién ha salido con vida. El verbo que nos hizo humanos deja de ser
utilizado para apelar a la razón, para buscar la verdad. La palabra pierde así
su valor, su prestigio y pasa a convertirse en un instrumento bélico, en un
arma con la que zaherir a los ¿rivales? ¿enemigos? ¿adversarios? La razón deja
de ser causa, método o aliciente intelectual. Solo vale, se tenga o no, ganar
el duelo, que le den a uno ‘la razón’ traducida esta en votos, en poder al fin
y al cabo. Y después, de lo dicho…
Publicado en "El Norte de Castilla" el 25-04-2019
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