viernes, 3 de julio de 2020

EL AMOR, DICHO Y HECHO

Foto "El Norte de Castilla"
En un mismo año, el de 1993, Anthony Hopkins protagonizó dos películas de tal dimensión que, con solo haber realizado ese par de trabajos, dan sentido a toda una carrera de actor. 

En ‘Lo que queda del día’ interpreta al señor Stevens, un rígido mayordomo que se enamora de la señorita Kenton, el ama de llaves interpretada por Emma Thompsom. De alguna forma, es un amor correspondido, ella también le ama. Es más, con la discreción propia de la época y del contexto palaciego, pretende hacérselo saber. Él, sin embargo, no se permite tal sentimiento y lo reprime. Tarde, demasiado tarde, cuando ya no existía posibilidad alguna de retorno, Stevens será consciente de que su vida se ha consumido sin haber vivido ni un instante de plenitud. 

El comienzo de la segunda, ‘Tierras de Penumbra’, pintaba para su protagonista un futuro similar al del mayordomo. Aquí, Hopkins encarna al autor de ‘Las crónicas de Narnia’, el profesor C.S. Lewis. También sufre de un amor silente, en este caso por Debra Winger en el papel de la poetisa norteamericana Joy Gresham. También es correspondido. Sin embargo, un suceso inesperado, ella enferma de cáncer, trastoca un porvenir previsible, voltea el interior del protagonista permitiendo que los sentimientos se derramen tomando voz. De esta manera, ambos escritores firmaron una hermosísima, por más que triste, historia de amor.  

Al final, en el desarrollo de cualquier historia, real o de ficción, existen puntos que, para bien o para mal, marcan la lógica de los sucesos. Hitos que a veces pasan inadvertidos pero que son cruciales en el relato hasta el punto de que, sin ellos, el final sería radicalmente diferente. Un penalti en el último segundo de un partido, cuyo devenir queda a expensas de ese lanzamiento, tiene muchos números para convertirse en uno de esos hitos. En Valladolid aún recordamos aquel lanzamiento de Roberto García Parrondo que abría la puerta de una final de Copa de Europa de balonmano. Una puerta que de repente se cerró y la historia fue otra. El penalti que ayer falló Ünal, perdón, que detuvo Aitor, no fue de esos. 

Lo siento por los que tienen prisa, pero no, no ha habido cambio alguno de guion: el final previsto, la permanencia, llegará aunque haya que esperar un poco más. Quizá por la impaciencia, tal vez porque el delantero pucelano puede ser desesperante, el fallo de anteayer le ha dejado señalado. Se insiste en su falta de gol. Es cierto que tiene esa carencia; además del penalti, tuvo dos o tres ocasiones claras y no salió del lamento, no consiguió hacer trabajar al del marcador. De no ser por ese déficit, con todo lo demás que aporta, no estaría aquí. Así son las cosas. 

En momentos como este conviene mirar atrás y ser conscientes del relato de una temporada tan extraña. La reentré pucelana tras el parón de la pandemia era muy peligrosa. Todo podía haber sido distinto, pero hubo un gol que permitió al Pucela verbalizar su amor, ser C.S. Lewis y no el señor Stevens: el de Ünal al Leganés. El chico fue a por un balón imposible porque había estudiado los partidos de la Bundesliga tras el susodicho parón. Un gol de compromiso con la profesión, que al fin y al cabo es lo que pedimos a los nuestros.


Publicado en "El Norte de Castilla" el 03-07-2020

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