De igual manera, pierden valor científico las encuestas. Seguro que hay rigor en todo el proceso, desde la conformación de la muestra hasta la aplicación de las fórmulas matemáticas, pero fallan las respuestas, más destinadas a aprobar un examen, a caer en gracia al encuestador, que a ser material de estudio sociológico.
Darle la razón, apoyarle públicamente con algún gesto, hacer
lo que ordena, es una fórmula sencilla de ganarse el favor del poderoso, del
examinador, del que tiene el lápiz por el mango, y eso siempre, a la larga o a
la corta, puede reportar algún beneficio. En esta filosofía se envuelven los
chisgarabises de turno que andan al acecho buscando mascarillas ausentes o mal
colocadas para ir corriendo en busca de un policía. Más allá del juicio
concreto me hundo en la desconfianza, porque temo que esos, los que llenaban
las plazas cuando tocaba quemar herejes, llegado el caso, tendrían la misma
docilidad ante cualquier arbitrariedad ejercida por el poder de turno. No son
todos, ni siquiera la mayoría, pero sí los que se ven, los que se oyen, una
masa suficiente para sostener cualquier dictadura, cualquier régimen de terror.
Estos tiempos raros están sirviendo también como experimento
sociológico. Y el resultado no es nada alentador.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 16-12-2020
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