sábado, 10 de septiembre de 2022

EL RÍO QUE NO VA A DAR AL MAR

“De qué nos sirve tanta agua salada –se preguntaba hace unos días en uno de sus artículos de opinión de aquí mismo, de El Norte, Fernando Colina– cuando muchos ríos [...] se agostan en medio de la tierra como si fueran Okavangos”. De que muchos ríos se agostan, uno ya era consciente. No solo aquellos transitorios o estacionales como mi Trabancos, hace nada vi seco al Adaja que recordaba de mi niñez alegre y profuso. Y como él, muchos. Pero ni idea al respecto del tal Okavango, así que me puse a buscar. El río en cuestión se estira hasta alcanzar una longitud que casi dobla la del Duero; sus aguas, sin embargo, no alcanzan el mar, antes de llegar se dispersan en una especie de delta donde se amodorran.
Me acordé de esta referencia en el momento en que el Girona anotó su segundo gol, postrero y definitorio como el de Weissman en la jornada anterior, en una jugada a balón parado. De pocas, entre faltas y saques de esquina muchas menos que el Pucela, disfrutó el cuadro catalán, pero todas desembocaban en el mar del entorno de la portería blanquivioleta. Alguna pudo sacar Asenjo, otras se perdieron a escasos centímetros del marco y la última arrojó toda su agua en el fondo de la red.

Me acordé, sobre todo, porque ese gol se produjo después de que el Real Valladolid hubiera desperdiciado una tras otra todas las ocasiones a balón parado de que dispuso. No es que la mala suerte se interpusiera entre la puesta del balón en juego y el desperdicio de la oportunidad, no. No hubo remate ni posibilidad. Por algún arcano, ni una sola vez, como si el que la golpeaba no tuviera fuerza, la pelota superó la primera barrera defensiva. Todas y cada una se fueron convirtiendo en Okavangos que desaguaban en un abanico situado antes del primer palo. Al menos, eso sí, se evitó que sus contras hicieran que el agua revirtiera en la portería de Asenjo.

Ese mismo gol rival, la falta que lo produjo, mostró una norma del fútbol que ya conocemos demasiado: es un juego de vivos. Castellanos, delantero del Girona, tenía el balón el una zona inofensiva, le faltaba el aliento, y su posición no indicaba la posibilidad de provocar algún peligro. Pues bien, lanzó la caña y provocó que Roque Mesa picase como un juvenil. Ya, ya sé que hay que estar ahí, que las pulsaciones, que tal. También sé que estadísticamente lo más probable hubiera sido que el lanzamiento no concluyese en gol y nos hubiéramos olvidado por intrascendente de la entrada que fue origen de todo. Pero el canario, en ese sentido, tuvo mala suerte.

Claro, todo podría haber acabado de otra manera si el centro de la defensa hubiera sido más expeditivo. No lo fue ni en esa jugada ni en el resto del partido. Desde antes de comenzar la temporada se temía que en ese apartado hubiera una carencia. El fichaje de Feddal incidía, tratando de poner remedio, en esa misma idea. Pero aún no ha podido debutar. La pareja habitual en estos partidos había dejado más que dudas que parecieron solucionarse ante el Almería. De nuevo han mostrado la versión líquida, la que deja el centro defensivo como un parque en el que el rival juega feliz.

El partido, cabe apuntarlo, da más para el optimismo que para las lamentaciones, pero toca afinar en las áreas.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 10-09-2022

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