En aquellos casos, pudo mi discernimiento estar errado, es una obviedad. Requeriría entonces un o unos argumentos que lo contradijeran, un punto de vista que lo enriqueciera, unas observaciones que me sacaran del equívoco; no un ‘no es conveniente’, ‘es tirar piedras contra tu propio tejado’ o escaramuzas verbales similares que impelen al autoengaño o al silencio.
La proliferación del uso de determinadas redes sociales ha
suscitado la generalización de este fenómeno, como si en ellas las palabras
respondieran a un marcial ‘formen filas’, alineándose acríticamente en la
hilera correspondiente. Todo sea por el bien de mi causa. Corresponde pues
pensar -decir que se piensa- lo que se espera, escribir lo que corresponda,
aunque lo que corresponda replique una falsedad a sabiendas de que lo es,
convirtiéndola en instrumento que ‘sirve para mis fines’: la mentira convertida
en correa de transmisión de un poder, la réplica del embuste mutada en muestra
de sumisión por (parte de) una sociedad que ha configurado un ‘ellos y
nosotros’ como primer elemento de análisis.
Las redes sociales, sus nefandos arrabales, no retratan la
realidad -brindan una muestra aparentemente distorsionada-, pero la delinean y
así adelantan una idea más precisa de lo venidero. Esto nunca llegará, nos
decimos -como escribía un asombrado Delibes allá por 1966 en la serie de
artículos que conformaron su libro ‘USA y yo’ de un puñado de comportamientos
lejanos a nuestro carácter latino- mientras apuramos comiendo una hamburguesa
para salir disparados.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 30-01-2024
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