Un
suponer, yo escribo que Federico Jiménez Losantos es homosexual. Lo
repito cada mañana, todos los días, cada uno con verbos más sañudos que
el anterior. Él, un machote por la gracia de Dios, pretende fundamentar
con educación (ya digo que es un suponer) mi mendacidad, al menos en lo
que a su persona se refiere. Lejos de rectificar y con la espalda
cubierta insisto y aporto “pruebas” de grueso calibre: uno de sus
compañeros de trabajo es homosexual, en sus años mozos compartió piso
con otro joven, un miembro de mi equipo de investigación relata al por
mayor secretos de su alcoba. Cuando el señor Jiménez Losantos replica
que está casado con una mujer yo me armo con el micrófono para ahondar
en mi tesis: la boda fue una tapadera, su esposa, a efectos legales, es
lesbiana y su matrimonio no ha sido consumado. Los millones de personas
que me leen y oyen, aunados por un odio común, no dudan de la veracidad
de mi relato o al menos comulgan con mi propósito, ante el enemigo el
fin justifica los medios, de hundirle ante los suyos que conciben la
homosexualidad como una aberración. Si decide ir ante un juez su defensa
jurídica sería inconsistente, nadie le ha acusado de ningún delito,
nadie le ha calumniado. Además en ese caso yo denunciaría su intento de
silenciarme, un nauseabundo ataque a mi libertad de información.
La
libertad, ¿cuántas fechorías se hacen en tu nombre? ¿Cuántas veces
olvidamos que eres de todos o no eres? ¿Cuántas...? ¿Cuántas...?
¿Cuántas...?
La
libertad de información es una niña siamesa que nace soldada al derecho
a la información. Tras la cirugía de separación viven los dos o ambos
mueren. La información arrendada, sesgada, falaz, arranca de la sociedad
el derecho a la información. Un periodista tiene sus ideas y debe
expresarlas libremente, de ahí a la mentira interesada media un abismo
que más de uno barre a diario.
La
libertad de información no es de nadie al ser de todos. Muchos son los
que apelando a su nombre la mancillan. El recorrido entre un hecho y una
noticia está salpicado de cocodrilos. Empresas, administraciones
públicas o jerarquías religiosas, que pagan sonidos o silencios con
sueldos o ingresos publicitarios, amos de emporios informativos
interesados en ser poder, opinantes deshonestos, presuntos
historiadores...
Pero
cualquier ley que pretenda regular el trabajo de los informadores
supone un riesgo que no debemos correr, aunque haya micrófonos que los
cargue el diablo. Todas las mañanas. Toda La Mañana.
Artículo publicado en la edición para Castilla y León de 'El Mundo'.
Artículo publicado en la edición para Castilla y León de 'El Mundo'.
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