El caballo se encabritó y tiró al suelo al
jinete. A resultas del golpe, el joven se rompió ambas piernas. Su
padre, ya anciano, maldecía su suerte. ¿Cómo iba a poder llevar a cabo
la inminente cosecha si a él le faltaban las fuerzas y su único hijo
estaba imposibilitado? Días después del accidente, el joven tuvo
noticias de que su país había declarado la guerra al vecino y que, por
edad, tendría que alistarse. Él, sin embargo, como consecuencia de las
lesiones, esquivaría la muerte en el campo de batalla. Estando en casa
celebrando su fortuna se le vino el tejado encima, falleciendo en ese
mismo instante. Al poco se supo que los gobiernos en contienda habían
firmado el armisticio antes del primer disparo.
Celebrábamos nuestra fortuna tras el partido ante el
Córdoba, obtener tres puntos era, parecía obvio, una buena noticia pero
ese triunfo acorraló a Djukic contra la pared. El técnico sintió miedo
durante el partido y en vez de responder asiéndose a los principios que
predicaba fue paulatinamente reculando. En Gerona vimos ese primer paso
atrás, decidió que había que fortalecer el sistema defensivo y lo hizo
enviando al banquillo a Álvaro Rubio y entregando galones de titular a
Javier Baraja. La experiencia no resultó alentadora y, lejos de
desdecirse, insistió en la deriva. Ayer, viendo la alineación, intuimos
el miedo. Para enfrentarse al Murcia propuso un equipo inicial en el que
ya no estaba Jorge Alonso, su puesto lo ocuparía Nafti. El argumento
esgrimido «queríamos ser más agresivos» es pueril pero transparente: la
idea inicial se desvanece, el ataque de pánico le ha llevado a
intercambiar el papel del sustantivo con el del adjetivo, el del
alimento y el condimento. La respuesta de un cocinero ante la queja de
que el cocido está soso no puede ser quitar los garbanzos y poner un
plato de sal. A Jorge le reconocemos su calidad pero le reprochamos su
paso indolente, su relevo no puede ser la antítesis, agresividad sin
fútbol, o sea Nafti.
El partido de ayer demostró precisamente eso, que el
fútbol no es distinto al resto de las facetas de la vida donde no hay
verdades absolutas pero sí absolutas mentiras y muchos prejuicios. La
primera mentira es que con más jugadores defensivos se defiende mejor.
Se defiende mejor cuando hay plan y están todos implicados en su
desarrollo. ¿El plan? Ya he dicho que no hay verdades absolutas,
cualquiera convincente y trabajado, nunca un híbrido entre el deseo del
técnico y su tránsito intestinal. En paralelo se pude decir que tampoco
es cierto que con más jugadores de ataque sea más fácil marcar. En un
juego de espacios lo razonable, para atacar y defender, es ocuparlos de
forma racional.
La segunda mentira es creer que la suma de nombres es
igual a la suma de sus cualidades. Javi Guerra es la bandera de la
plantilla, un futbolista con veintinueve muescas la temporada pasada,
pero aún no está al nivel físico óptimo. Alberto Bueno había marcado
cuatro en los tres primeros partidos. Había tres alternativas: optar
entre uno de los dos, modificar el dibujo (que no el estilo) o desubicar
a uno de ellos. Djukic optó por esta última y desplazó a la izquierda
al madrileño. Con ello se perdió profundidad en una banda dejando medio
cojo al equipo. Es evidente que ambos son buenos futbolistas pero en la
decisión de ayer no está la solución al jeroglífico.
Prejuicios también los hay a millares pero hay uno
inmutable, el árbitro es el culpable de nuestras desdichas. Anulamos así
la sana capacidad de autocrítica. Amoedo Chas se ha llevado la repulsa
de la afición porque erró en Elche pitando contra el Valladolid una
falta que no era. Cierto, pero a cuarenta metros de la portería. La
casualidad ha querido que el día del reencuentro haya coincidido con el
del retorno silencioso de Javi Jiménez.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 19-09-2011
Publicado en "El Norte de Castilla" el 19-09-2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario