Las palabras siguen brotando de su boca aunque
nadie la crea. Casandra es consciente de que el esfuerzo es inútil pero
es más fuerte la necesidad de advertir que la consciencia de que, diga
lo que diga, de nada servirá. Ella, hija de los reyes de Troya, supo
antes que nadie la tragedia que se cernía sobre su reino, lo supo y lo
dijo, pero nadie le creyó.
Antes, cuando era sacerdotisa de Apolo, el dios le
concedió el don de la adivinación a cambio de su entrega carnal. Ella,
la profetisa, el oráculo, era respetada por su pueblo hasta que negó su
promesa y Apolo buscó venganza con la crueldad propia de quien es capaz
de servirla en plato frío. Podría haber retirado el privilegio
concedido, pero sería poco castigo. No, no le negaría el don pero desde
ese momento nadie creería sus palabras así predijese la caída de Troya o
su propia muerte.
Apenas han pasado unos días desde la goleada en la
Copa que cerraba un ciclo de tres partidos oficiales que parecía
aventurar una magnífica cosecha. El Real Valladolid había seducido a los
dioses y sus palabras sabían a gloria, hasta ayer. Es de suponer que
fue una crisis de pareja y que el fútbol y el Pucela se reconciliarán
tras el desafuero de Montilivi.
En cualquier caso, sea una crisis pasajera o una
ruptura definitiva, conviene escuchar las palabras pronunciadas por el
equipo ya que no hay más verdad que lo que transmiten. Tendremos que ser
nosotros los que nos enfrentemos a la maldición del dios haciendo caso a
Casandra. Lo malo es que el mensaje es equívoco y tanto puede valer
como anuncio de una inminente caída o como augurio de un viaje, arduo,
eso sí, a la isla de los sueños. Si tomásemos el juego de ayer como eje
del discurso, no quedaría más remedio que asumir la catástrofe. Es
difícil que salgan peor las cosas, que fallen a la vez todas las líneas,
que se vea -con toda nitidez- las costuras del equipo. Pero así fue. El
grupo inicial fue aproximadamente el mismo que en los dos partidos de
liga anteriores. Solo hubo dos modificaciones: una la obligada de Nauzet
por Marcos y el otro, más significativo, dejó en el banco a Rubio y en
el campo a Baraja. Conformismo, falta de determinación que se corroboró
en la última media hora cuando, con empate, ningún jugador aceleró el
gesto en busca de unos segundos, más bien al contrario, lo ralentizaron
esperando el puntito con buena cara. No es que el Girona ofreciese un
recital de juego ante un Valladolid pasmado, no. Simplemente ambos
equipos ofrecieron una versión infame de un deporte que, a veces, es
agradable para la vista. Fue un partido en el que no pasó nada, en el
que los goles y las tarjetas cayeron como las hojas en otoño, por la
fuerza de la gravedad, por la inercia, porque tocaba.
Pero podemos tomar la versión optimista. Últimamente,
en una tergiversación más del discurso dominante, es raro el personaje
público que no asocie bueno y competitivo, una relación tan falsa como
el cariño comprado. La Segunda División es una categoría competitiva,
hay muchos rivales con capacidad para luchar por los mismos objetivos
pero es, a la vez, una categoría poco competente. Haciéndolo tan mal, el
equipo no perdió. Viendo las costuras del traje, el rival no fue capaz
de rasgarlo del todo. En medio de esta maraña de mediocridad, a poco
sentido común que se aplique, estaremos en el camino. La otra buena
noticia es que Djukic ha comprendido por qué Jorge Alonso, torero de
salón, pases sin toro, empezó de titular con todos los entrenadores y
acabó con todos en el banquillo.
Palabras de Casandra, no sabemos qué creer.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 12-09-2011
Publicado en "El Norte de Castilla" el 12-09-2011
Es pronto, pero contra el Girona me dio la impresión de un equipo partido. En el ataque saben lo que hacen, cuando les llegan balones en condiciones parece que la mueven (o lo intentan) con cierto criterio. En defensa parecemos un manojo de nervios. Incapaces de sacar el balón cuando el rival presionan (un poco) y bastante endebles en general. Y mientras el medio campo perdido sin ser capaz de ayudar ni arriba ni abajo.
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