La superó, pero insisto, como quien cumple con las propuestas del fisio: despacito y sin alardes. Pacheta, consciente de la situación –supongo que tras haber estudiado vídeos que mostraban que el daño que le infligían los últimos rivales partía inexorablemente de la espalda desocupada de Mesa y Aguado–, pretendió cubrir el hueco y modificó todo el dispositivo. Una decisión de esas por las que, si sale bien, te consideran genio. Ahora, si acaba en pifostio, te las llevas de todos los colores. El resultado y el juego hablaron en sentido opuesto: el primero fue bueno; el segundo, no tanto. Pacheta dio una vuelta a su revuelta; a la vuelta del descanso propuso un plan C tras el fallido B al que el entrenador pucelano había negado su existencia.
Nada pasaba. En ninguno de los sentidos. Porque ni el equipo mejoraba con la intervención, ni acontecía en el campo nada digno de mencionar salvo la sensación de miedo, ese que es libre y que en fútbol te explica que de cualquier empellón, de hasta el más romo rival, te puede venir un gol sin dar opción a adivinar de por dónde caía. Por un momento volvimos al pasado, a esos interminables partidos en los que, clamando por el pitido final, el equipo buscaba que solo pasara el tiempo. Ni la imagen, ni la expectativa convencían a Pacheta. Propuso entonces un plan D, un viraje a la vuelta de la revuelta. que se parecía demasiado al A. Tras tanto retoque, el giro fue de 360º, se volvía a mirar desde el mismo sitio.
Los próximos rivales no van a ser el Alcorcón. Llegarán envenenados. Los ¿qué tal? no vendrán de un traumatólogo condescendiente al que le valdrían las buenas sensaciones de la pierna sino de quienes requerirán que el equipo funcione. Con su plan A, B, C o D.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 27-03-2022
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