Todas las
mañanas, Julio, padre de Julio, me envía un mensaje -un WhatsApp, decimos,
confundiendo sustancia con medio- en el que encuadra una especie de aforismo bajo
el rótulo ‘La frase del día’. Todas las mañanas, por supuesto, lo leo; el que
lo haga caso, que lo asuma como consejo, también por supuesto, es harina de
otro costal. Sin embargo, mi cabeza obra así, de tanto en tanto juego con la
frasecita, pretendo adecuarla a algún contexto cercano sobre el que ande
cavilando. Así que, cuando corresponde escribir sobre el Pucela, blanquivioleta
y en botella: interpreto la frase con clave en el último partido, en el
desempeño global del equipo en un periodo determinado, en alguna circunstancia
concreta, en algún protagonista…
Pendiente pues
de sentarme a escribir este texto, taza de café en mano, cerebro revoloteando
con su dispersión habitual, me asaltó el timbrazo del móvil avisando de la acometida
de un mensaje: el de Julio, padre de Julio, supuse y atiné. Abro y leo: [“Para
progresar no basta actuar, hay que saber en qué sentido actuar.” Gustave Le
Bon. 1841-1931. Psicólogo francés]. Cuando uno habla, incluso si escribe,
praxis con la que las palabras se anclan, pierde la propiedad de lo expresado,
de su sentido, incluso, del significado de cada vocablo, de cada enunciado. Las
palabras vuelan, adquieren vida propia, se adaptan, se transfiguran.
Le Bon, que
cumpliría los ochenta y seis al final del año en que se editó el primer tomo
del ‘Mein Kampf’, desconocía, mientras se iba desarrollando su obra, que esos
textos publicados inspirarían el libro en que Adolf Hitler apuntalaría su
programa. Menos aún, Le Bon, que fallecería cuando el Real Valladolid apenas
había cumplido los tres años de vida, pudo imaginar que la frase referida
podría servir para definir uno y tantos partidos del Pucela, uno y tantos
encuentros de fútbol.
Exigimos a ‘nuestros’ futbolistas que actúen, que corran,
peleen, se machaquen, creyendo que ese material de combate garantiza el
objetivo –‘el objetivo es la victoria’, reza la letra compuesta por José
Miguel Ortega para el himno del Real Valladolid-; pero ese actuar, si no se
sabe cómo, en qué sentido, resulta deficiente, carece de valor. Obvio que el
sentido idóneo, ese saber cómo, precisa actuación: la teoría desapegada, la
teorética, de nada sirve. Exigimos y, me atrevo a afirmar que cumplen con ese
requerimiento. Pero comprobamos que solo con el esfuerzo no alcanza, que falta
el juego capaz de desdoblar los sistemas rivales.
Las aportaciones
de Le Bon sobre dinámicas sociales y grupales se sustentan en la afirmación de
que ‘los seres humanos desarrollan en colectivo comportamientos que jamás
desarrollarían individualmente’. La masa
desresponsabiliza, contagia, sugestiona, condensa. El conjunto infunde temor
por lo que induce a la integración, a la adaptación, como resorte de
supervivencia. Por más que pensemos que un equipo de fútbol se articula como un
entramado militar, como la suma de individuos desindividualizados, dóciles,
alienados; en realidad, el equipo, por más que se armonice acatando el plan del
entrenador, se conforma con la suma de cualidades que incluyen la personalidad.
Una personalidad que demanda prestancia, carácter, determinación y, faltaría
más, la voluntad de no agazaparse.
Días antes, la
frase enviada por Julio, padre de Julio, fue escrita por Fiedrich Nietzsche:
“Para llegar a ser sabio, es preciso querer experimentar ciertas vivencias, es
decir, meterse en sus fauces”. Ante Granada y Cádiz el Pucela ha experimentado
el agobio de inicio, ha vivido encerrado. Continuaba el filósofo alemán, “Eso
es, ciertamente, muy peligroso, más de un sabio ha sido devorado al hacerlo”. El Pucela ha sobrevivido. Pero que se mantenga alerta el
sabio Almada, las fauces del fútbol engullen. Al final, volvemos a las
frases mañaneras, días antes de días antes, recibí una del dramaturgo Jardiel
Poncela, recordaba: “En la vida humana solo unos pocos sueños se cumplen, la
gran mayoría se roncan”; y más antes, otra, esta del periodista francés
Alphonse Karr, subrayaba: “Nos gusta llamar testarudez a la perseverancia ajena
pero le reservamos el nombre de perseverancia a nuestra testarudez”. Si el
señor Almada lo desea, le pido a Julio, padre de Julio, que le incluya en la
lista de receptores de su correspondencia diaria. Lo haría con gusto. Además,
los sellos de estas cartas son baratos.
Publicado en El Norte de Castilla el 11-11-2025
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